Transmitir un mensaje que promueva la reflexión y la acción dista mucho de ser una tarea sencilla. Se equivocan quienes piensan que enfrentarse a un público es únicamente una cuestión de atreverse o de disfrutar con ello. Hay muy pocas personas que tengan la capacidad de improvisar una conferencia de impacto, y por tanto la mayoría de ellas necesitan tener un guion, con su planteamiento, nudo, desenlace y sus correspondientes puntos de inflexión.
En una conferencia todo debe fluir adecuadamente, como si de un cuento o de una película se tratara. El hilo narrativo debe cruzar las fronteras entre los distintos fragmentos a través de transiciones que apenas se perciban. Que el espectador no viva la molesta sensación de preguntarse por qué le están contando esto o lo otro o qué tiene que ver esto con lo otro. En una conferencia el riesgo de introducir exceso de información, solapamientos, conceptos poco claros, vacíos narrativos y toda suerte de despropósitos similares, es muy alta.
Por eso, todo el tiempo que se dedique a guionizar una conferencia es poco. Frecuentemente no solo hay que diseñar la estructura clásica de planteamiento y desenlace, sino que, como la mayoría de auditorios son diversos, se requiere adicionalmente crear dos o más niveles de abstracción o de complejidad, que sirvan al propósito de estimular la atención de públicos con enfoques más elevados o intereses más aterrizados. Y, evidentemente, todo ello tiene que situarse bajo un mismo objetivo narrativo.
Sin guion no hay película, pero tampoco conferencia.