Una de las claves de la comunicación que más difícil resulta de comprender es que quien está en escena, el conferenciante, no es una persona, sino un personaje. No habla ni se mueve de forma natural, sino con intención explícita de producir un efecto. Su lenguaje tampoco es el habitual, y en muchas ocasiones ni siquiera viste como lo hace habitualmente. En resumen, como dicen que dijo Cicerón, un conferenciante es un personaje, es un actor al que se conoce con otro nombre.
Una conferencia se parece más a una obra de teatro de lo que se podría pensar a primera vista. Los movimientos sobre escena son intencionales y el uso de medios audiovisuales o de cualquier otro tipo de soporte está estudiado e integrado en el conjunto de una forma específica. Como también hacen los actores, los conferenciantes ensayan una y otra vez sus intervenciones para asegurarse de que tienen el efecto deseado y de que se ajustan al tiempo establecido.
Por último, y no menos importante, el arte de la conferencia es también teatral puesto que se basa en una conexión con el público, en un tráfico bidireccional de emociones que es lo que produce la magia. En ese entramado de fuerzas complejas la interpretación es una clave imprescindible. El conferenciante conecta con su intención, con su objetivo y con su emoción, como si de un actor se tratara, para sincronizar con el público y hacerle llegar su mensaje.
Una conferencia es teatro, y por tanto es una forma de arte.