En un mundo complejo caracterizado por un mercado global acelerado por la tecnología en el que la innovación es un imperativo, las ideas, sobre todo las buenas, no deben permanecer en silencio. Hoy día ya sabemos que la creatividad no es una cuestión de edad o de cargo, sino que es hija del talento y la productividad. Por tanto, una cualidad necesaria en la empresa moderna, más que nunca, es la iniciativa.
Contrariamente a lo que muchas personas piensan, las personas que ejercen cargos directivos no tienen visibilidad sobre todo lo que ocurre. Si la distribución de responsabilidades está bien organizada, los directivos no gestionan simplemente versiones más voluminosas de los problemas de sus colaboradores, sino que la mayoría de las veces se ocupan de asuntos que pertenecen a esferas diferentes. Por tanto no siempre son conscientes de en qué punto de la cadena de valor o del equipo ha de hacerse una aportación imprescindible o simplemente positiva para la buena marcha de la organización, o de en qué momento hay que realizar una intervención para resolver una crisis.
La iniciativa es la capacidad de ver en qué punto de la organización aparecen soluciones de continuidad que piden soluciones e ideas nuevas, la de identificar los problemas que son importantes y resolubles, y desde luego la de reportar los asuntos que son relevantes o críticos.
La iniciativa significa ser capaz de iniciar un movimiento por cuenta propia.