El éxito en cualquier sistema organizativo, ya sea empresa, institución e incluso familia, depende de que, en cada nivel de responsabilidad, cada persona se relacione con sus problemas y los gestione de la mejor manera posible. En este sentido, la delegación hacia arriba constituye un ejemplo de liderazgo ineficiente y un síntoma de mala gestión, pero es quizá peor la delegación hacia abajo de las responsabilidades. Porque, si bien lo primero contribuye a la inoperancia, lo segundo, además, inocula ansiedad y dificultades significativas en el equipo.
De la misma forma que los niños no deben vivir los problemas de los adultos, y por tanto es negativo que los padres hagan a sus hijos partícipes de sus apuros, es altamente desaconsejable que los directivos deleguen hacia abajo sus responsabilidades. Cuando esto ocurre, al no disponer los miembros del equipo de los medios adecuados para gestionar ese nivel de dificultad, gestionan de manera ineficiente y, además, liberan a su jefe de las tensiones intrínsecas a su cargo, asumiéndolas ellos. Con ello, al intentar resolver problemas que no les corresponden, se opera un proceso disfuncional que consiste en que los profesionales comienzan a trabajar para una persona en lugar de para una organización. En el extremo más grave la inversión del rol se cronifica, y los jefes se convierten en empleados y los empleados en jefes en cuanto a su responsabilidad, de la misma manera que en algunas familias los hijos acaban siendo padres de sus padres.
Inversión de la responsabilidad: un problema grave en las organizaciones.