De la misma manera en que una empresa no puede existir sin clientes, un proceso de formación no puede existir sin alumnos. Y, al igual que en la empresa, ellos deben ser el foco de la acción del formador, el punto al cual se deben dirigir sus esfuerzos y los primeros en ser tenidos en cuenta. Por eso resulta sorprendente cómo en muchos procesos formativos se les desatiende sistemáticamente, lo que constituye el error más grave en la formación.
Por citar un ejemplo, en muchos casos se desatiende constantemente la idea de que en el aula existen alumnos distintos con distintos estilos de aprendizaje y que por tanto requieren que el formador utilice diversos métodos de enseñanza, pues esta es la única manera de que todos ellos permanezcan conectados al proceso de aprendizaje. Hay alumnos que aprenden escuchando, otros hablando, otros interactuando, y muchos otros solo aprenden cuando elaboran. Utilizar un solo método, por ejemplo la clase magistral o cualquier otro, es atender únicamente a un estilo de formación y desconsiderar los otros.
En otros casos, el formador olvida el hecho ampliamente demostrado de que mucho antes de una hora la atención de una persona que escucha a otra disminuye prácticamente a cero. Las excusas son variadas: falta de tiempo, abundancia de material, indivisibilidad del contenido, y una larga lista de motivos igualmente discutibles. Llevar a cabo este tipo de planteamientos y otros similares evidencia que el objetivo fundamental del formador no es tener en cuenta a sus alumnos.
El mayor fracaso educativo es también el más obvio: desatender al alumno.