Uno de los errores incomprensibles, pero no por eso menos comunes, en el mundo de la formación, es relativo a la manera que entendemos lo que es la teoría. A menudo se nos olvida que la teoría es una abstracción mediada de la realidad, un artilugio ciertamente sofisticado que condensa un fragmento del saber en una modelización que representa la realidad, pero que a menudo no puede explicar lo que de verdad ocurre.
Pese a ello, seguimos confiando en enfoques formativos poco demostrados que son improductivos y que cada vez resultan más anacrónicos. Por ejemplo, la idea de que siempre tiene que haber una introducción o una definición antes de entrar en el nudo conceptual de un contenido. O, también, la idea de que el conocimiento declarativo o proposicional, la teoría, debe comprenderse completamente antes de acometer la práctica. O, peor aún, la idea de que la teoría es más importante que la práctica, y por tanto debe ocupar mucho más tiempo a lo largo de un programa formativo.
Sin embargo, como cualquier observación accidental puede fácilmente evidenciar, la mera traslación de un fragmento teórico de una persona a otra no genera aprendizaje. Ni siquiera aunque esta última persona haya llegado a una comprensión –incluso profunda- de los conceptos que está aprendiendo. Porque las teorías, aún coherentes y bien ensambladas, representan la realidad pero no la sustituyen. La teoría es la teoría, y la realidad es la realidad. Por tanto, sin aplicación práctica, ningún conocimiento teórico será nunca verdaderamente relevante.
La teoría solamente es teoría.