Las personas trabajamos en las organizaciones por muchos motivos, pero atendiendo al ya clásico modelo de la jerarquía de necesidades que dibujara Maslow hace ya más de cincuenta años, es muy probable que uno de ellos sea la auto-realización. Sin embargo, es muy probable que para realizarnos necesitemos retos cada vez mayores. Y de ahí nace una paradoja que los buenos jefes resuelven de manera formidable.
La paradoja consiste en que por un lado necesitamos auto-realizarnos, y por tanto precisamos de esos retos crecientes, y por otro adolecemos de la impertinente resistencia del ser humano al cambio. Es como si no nos gustara algo que necesitamos. Vivimos plácidamente en nuestra zona de confort, pero sin embargo cuando por algún motivo inesperado somos catapultados fuera de ella, al final del proceso en general agradecemos haber pasado por la experiencia.
Los buenos jefes nos desafían. Nos piden cosas que aparentemente no sabemos o no podemos hacer. Por eso con los buenos jefes crecemos. Nos hacen desarrollarnos, porque de alguna forma hacen que nos esforcemos por superar retos que aparentemente están fuera de nuestro alcance.
Los buenos jefes nos sacan de nuestra zona de confort.