Una de las cualidades menos mencionadas de los buenos jefes es lo bien que nos hacen sentir. Son personas positivas que parecen conocernos muy bien, que despiertan lo mejor que hay en nosotros y que confían en nuestras capacidades. Crean un clima de empatía, tranquilidad y sincronía interpersonal que nos hace sentir a gusto.
Algunos jefes son víctimas de sus inseguridades, otros son conscientes de sus graves limitaciones, mientras que algunos más no perciben sus ineficiencias o bien son desconfiados y temerosos. Todos ellos transmiten a las personas que trabajan con ellos ansiedad y discordia, y en general crean un mal ambiente. Nadie quiere ser un mal jefe, y por tanto muchos de ellos no saben que lo son, bien porque no son conscientes o bien porque no están dispuestos a admitirlo. A pesar de ello, sus colaboradores sufren sus consecuencias. Por el contrario, los buenos jefes son personas seguras de si mismas, confían en su visión y en sus capacidades, y son optimistas respecto al futuro. Esto crea un ambiente positivo en el que los trabajadores se sienten a gusto.
No se trata de discutir sobre si el ejercicio del liderazgo, en sí, debería provocar la felicidad por la felicidad, sino de admitir que para que las personas trabajen bien es necesario que se sientan bien. Es difícil que un trabajador sea productivo si tiene un jefe que genera emociones y sentimientos negativos.
Los buenos jefes son una de las causas de que nuestro trabajo nos guste.