Las excusas son uno de los inventos del ser humano que resultan más dañinos para la productividad. Una excusa es básicamente una pirueta creativa que nos aleja de lo que es nuestro deber, disminuyendo así nuestro rendimiento y alejándonos de nuestros objetivos. Están directamente emparentadas con otra importante debilidad, que es dejar para mañana lo que tenemos que hacer hoy. Excusas y procrastinación son dos aliados perversos que deberíamos erradicar de nuestro mundo profesional.
Podemos suponer que hace millones de años el suministro de alimentos era escaso, y por tanto nuestro organismo tuvo que adaptarse para consumir la mínima energía posible. Un dato bastante extendido revela que un tercio del tráfico generado en las grandes ciudades es debido a personas que buscan aparcamiento. Sería interesante comprobar cómo descendería esa cifra si, por ejemplo, esos conductores buscaran en zonas más despejadas aunque más lejanas, o simplemente usaran el transporte público. En la natural y extendida tendencia a conducir hasta la misma puerta de nuestro destino vemos claramente evidenciada la inveterada tendencia humana a intentar que las cosas nos cuesten el mínimo esfuerzo posible.
Es posible que ese mecanismo, el ancestral ahorro de energía insertado en nuestra anatomía, sea parte del culpable de que en cualquier circunstancia intentemos evitar aquello que nos cuesta esfuerzo, ya sea redactar un informe tedioso, ordenar el despacho o simplemente dejar de entretenernos con la bandeja de entrada para ponernos a trabajar de verdad.
Según un estudio realizado en Estados Unidos, los trabajadores pueden invertir unas dos horas diarias procrastinando, es decir, dejando de hacer cosas que deberían hacer, seguramente poniendo todo tipo de excusas para su comportamiento. Si se asigna un valor medio a la hora de trabajo y se multiplica por el número de trabajadores, resulta que este problema le puede estar costando al aquel país alrededor de un billón de dólares al año.
Tanto la procrastinación como las excusas son enemigos naturales de la productividad. Pero, además, son muestras de poca profesionalidad, y resultan hasta antiestéticos y pasados de moda.
Por eso hay que intentar librarse de ellos a toda costa.