Una de las ideas que conocemos acerca de la fuerza de voluntad es que nuestra reserva de esta capacidad es el mismo para todas aquellas tareas en las que la necesitamos, que fundamentalmente tienen que ver con la toma de decisiones o el control de los impulsos. Así que podríamos decir que la fuerza de voluntad es como un fluido que opera según el principio de los vasos comunicantes. Esto es interesante, entre otras cosas, porque también da pistas acerca de la manera de rellenar nuestras reservas.
Efectivamente, cuando ejercitamos nuestra fuerza de voluntad para una tarea, como por ejemplo concentrarnos en un informe de proyecto complicado, nuestro autocontrol disminuye también para otras tareas, como por ejemplo hacer ejercicio físico. Por este motivo es normal que después de una dura jornada de trabajo, a pesar de no habernos movido apenas, nos apetezca poco la actividad física. No es exactamente por el gasto energético en sí, sino porque nuestras reservas de fuerza de voluntad se han agotado.
La buena noticia, sin embargo, es que al ejercitar la fuerza de voluntad en un área de nuestra vida el resto de ellas también se benefician. Así pues si, por ejemplo, nos entrenamos en madrugar, seguramente será más sencillo que más adelante podamos encontrar la fuerza de voluntad necesaria para dedicar un tiempo a aprender idiomas, y a continuación encontremos más fácil disciplinarnos para ahorrar. Y así sucesivamente. Hay personas que realimentan constantemente el círculo virtuoso de la fuerza de voluntad y cada vez ganan más autocontrol, con los consiguientes beneficios que ello tiene para su productividad y para su vida personal.
Gran noticia: la fuerza de voluntad se entrena.