Todos quisiéramos tener más fuerza de voluntad, pues está claro que muchos de los aspectos de nuestra vida cotidiana se nos escapan por falta de ella. Trabajar en proyectos poco motivantes, realizar tareas monótonas, leer más, aprender idiomas, hacer ejercicio y otras actividades similares son a menudo pospuestos en esa maniobra tan humana y cotidiana, pero tan dañina para la productividad, que es la procrastinación.
Es muy curioso que, sin embargo, lo que sabemos acerca de las personas que tienen más fuerza de voluntad es que son quienes menos la ejercitan. Esto evidentemente es una buena noticia para todo el mundo, puesto que viene a indicar que en realidad no es necesario poseer grandes dosis de autocontrol para ser productivo, sino más bien utilizar la fuerza de voluntad que tengamos, mucha o poca, para establecer hábitos que hagan que las tareas se realicen de forma más o menos automática. Así que la fuerza de voluntad, en muchos casos, no es una capacidad requerida en sí misma para la productividad, sino más bien la chispa que pone en marcha un gran aliado del alto rendimiento, que es la constancia.
Los hábitos y rutinas ahorran fuerza de voluntad.