Un informe señala que los ciudadanos en los países desarrollados consumen en torno a cien mil palabras todos los días. Es tan obvio como omnipresente el hecho de que, incluso en una era tan audiovisual como la nuestra, la palabra sigue siendo el medio de comunicación y representación de la realidad más extendido. Sin embargo, es mucho más interesante analizar cómo encaja la palabra en la creación de valor.
Hace mucho que el marketing tradicional ha pasado a mejor vida. En tiempos remotos la manera en que las marcas se comunicaban con su público era fundamentalmente informativa, pero luego rápidamente pasó a ser persuasiva. Se pretendía incitar al cliente a comprar creando una necesidad que no tenía.
Los tiempos han cambiado significativamente y las personas rara vez se dejan persuadir. El cliente de hoy es un cliente informado y exigente al que es difícil conquistar con rimas y frases hechas. Se calcula que más del noventa por ciento de los clientes hoy día quieren que las marcas produzcan sus anuncios en forma de historias. Por tanto, saber crear y contar una historia es una competencia más importante que nunca.
En un mercado donde los atributos de un producto no son un misterio, y se encuentran por todas partes, incluso enriquecidos por las redes sociales, han dejado de ser relevantes. Lo auténticamente importante es lo que un producto significa para un cliente, para su vida y para su identidad. En suma, cómo la historia que cuenta ese producto encaja en la biografía del cliente para el cual ha sido pensado.
Saber contar historias: más importante que nunca.