Vivimos rodeados de información. Cada hora se generan mas de treinta mil sitios web y se suben a Internet unas tres mil horas de vídeo. El número de impactos informativos diarios que llega a cualquier ciudadano en un país desarrollado es de aproximadamente diez mil, y se calcula que los profesionales pueden invertir dos horas diarias procesando su correo electrónico, a pesar de que uno de cada tres emails se considera innecesario. En un mundo digital, la capacidad de gestionar la información es crítica.
La información siempre se ha considerado una ventaja. No sólo el hecho de poseerla y poder distribuirla, sino también la capacidad de reducir cualquier realidad a unidades de información que sean interoperables. Es decir, hoy no solo valoramos el hecho de poder informarnos libremente y de poder comunicarnos libremente, sino también la ventaja de poder digitalizar la realidad en la que vivimos, ya sean textos, imágenes, cálculos, operaciones, planos o cualquier otro fragmento de nuestro mundo.
Sin embargo, desde hace algún tiempo da la sensación de que la cantidad de información está comenzando a ser excesiva, y ya se habla de infopolución, e incluso de infoxicación e infobesidad. Hoy más que nunca (y en los años venideros más aún), la capacidad de los profesionales de gestionar la información localizando fuentes fiables, filtrando la que es verdaderamente relevante y ordenándola de modo que se facilite su acceso, se está convirtiendo en una competencia clave, con relativa independencia del sector en el que trabajen. Evidentemente, no es únicamente una cuestión de conocer los soportes de almacenamiento y las tecnologías que lo hacen posible, sino también de capacidades cada vez más necesarias, como puede ser el juicio crítico o la habilidad para generar nueva información relevante a partir de lo que se obtiene.
Una sociedad de la información requiere gestionarla eficazmente.