El juego de tronos que implica la lucha por ejercer influencia sobre las tareas que se llevan a cabo en una organización, no es ni el único, y a veces no es el más importante. Porque por debajo o por encima de ese entramado discurre otro a veces más relevante, que está formado por las dinámicas de afecto. Ser sensible a ellas y gestionarlas adecuadamente es una de las claves del liderazgo efectivo.
En todo grupo se generan vínculos afectivos que determinan un universo de relaciones que acompaña a la dinámica de tarea y autoridad. A veces la complementa y a veces la contradice. En cualquier grupo social, ya sea profesional o personal –como por ejemplo ocurre en las familias- a menudo es más interesante saber a quién y cómo se dice algo que lo que en sí se está diciendo. O, por ejemplo, en una toma de decisiones, en ocasiones es mucho más relevante saber quién defiende a quién, o quién se alía con quién, que los argumentos que se están utilizando para defender una u otra postura. Hay personas que permanentemente se sitúan al lado de otras, y quienes sistemáticamente mantienen posturas contrarias hacia los mismos individuos.
Esto es así porque los componentes de los grupos son personas, y las personas experimentan sentimientos y emociones hacia otras, siendo a veces los vínculos y rechazos entre ellas mucho más fuertes e importantes que el interés que puedan llegar a tener en las tareas que se están llevando a cabo. Obviar ese hecho y centrarse solo en el nivel de tarea o autoridad es ignorar una de las fuerzas más potentes que gobiernan al ser humano, que es la necesidad de dar y recibir afecto.
La gestión de los vínculos y afectos es una de las dos dinámicas grupales básicas.