Los demás están por todas partes: son nuestros jefes, los compañeros de equipo, nuestros proveedores, los accionistas y nuestros clientes. Estamos rodeados de otras cabezas y de otros corazones que suman en lugar de restar. Aunque, visto con la adecuada perspectiva, ese proceso dista mucho de ser automático. Conocer a los otros y tener en cuenta lo que piensan y sienten, sus ilusiones y frustraciones, sus batallas y alianzas, sus pérdidas y triunfos, es una muestra inequívoca de altura profesional.
En cualquier tarea o proyecto que en la empresa implique a más de una persona, que son casi todos, siempre existen dos niveles a considerar. Uno, el que existe entre las personas, y que está materializado en las conversaciones entre ellas, en los mensajes que se dirigen, en el material que crean conjuntamente y, en general, en todo aquel resultado que puede ser captado por los distintos implicados. El segundo, el que existe en el interior de cada individuo, que obviamente es diferente para cada uno de ellos, y que es diferente también a la información que se comparte. Cada persona manejará esa tarea o proyecto en su interioridad tiñéndolo de sus particulares afectos, de sus valoraciones propias, de su mundo interior, de su biografía y de sus motivos y aspiraciones.
Es precisamente por esa razón que gestionar la conexión con los otros dista mucho de ser una tarea sencilla. Porque muchas veces el éxito está en trascender lo obvio, que es lo exterior y compartido, para adentrarse en lo subjetivo e individual de cada persona, para tomarlo en consideración en la creación de un camino común. Las ideas y sentimientos que hay en el interior de las personas que participan en una tarea o proyecto superan con mucho lo que producen conjuntamente. En los grupos la información compartida es solo la punta del iceberg.
Y, por supuesto, además de tener una visión sobre lo que habita en la mente y en el corazón de los otros, es imprescindible saber gestionar la conexión. Saber escuchar, saber comunicar y saber escuchar de nuevo. Habilidades aparentemente obvias como decir que no, pedir un favor, expresar un sentimiento, mostrar gratitud, o pedir perdón, siguen siendo en ocasiones delicadas, precisamente por la fuerte carga de subjetividad que gobierna las emociones humanas.
Gestionar la conexión: imprescindible.