Pese a que nos creemos seres inteligentes es importante darse cuenta cuanto antes de que hay una larga serie de aspectos en nuestra naturaleza que tienen la particularidad de poner en jaque el control racional que habitualmente tenemos sobre nuestra vida. Muchos de ellos estados biológicos, otros son emociones y sentimientos, y también hay intuiciones, predicciones y fabulaciones acerca de lo que podría o no podría ocurrir. Aprender a gestionar todos esos pulsos es una competencia imprescindible en cualquier profesión.
¿Puede un jefe de departamento arruinar una reunión porque le duele el estómago? Absolutamente. ¿Es posible que un programador cometa errores porque se siente mal a causa de una discusión? Por supuesto. ¿Tenderá un médico a fallar un diagnóstico si cree que su paciente le mira mal? Con toda probabilidad. ¿Podría perder un proyecto un consultor si tiene la intuición de que es muy difícil ganarlo? Rotundamente sí.
La lista de ejemplos es infinita. A menudo no nos damos cuenta, pero nuestro rendimiento como profesionales y nuestra productividad fluctúa dependiendo de factores que muchas veces no controlamos y que deberíamos aprender a manejar. Se ha escrito mucho sobre el mundo de las emociones en general, menos sobre la –muchas veces mal entendida – inteligencia emocional, y menos aún sobre la importancia de actuar sobre la base de la información que nos proporciona nuestra autoconciencia. Si cada cierto tiempo, y sobre todo en las situaciones críticas, hiciéramos un breve repaso mental de nuestro estado y pensáramos qué es conveniente hacer teniéndolo en cuenta, nos iría sin duda mucho mejor.
La autoconciencia es clave en la vida profesional, como lo es en la personal.