En los dibujos animados antiguos a veces un personaje se ponía a pensar sobre algo dando vueltas por su habitación, y de tanto caminar acababa creando un surco en el suelo. Por extraño que parezca, algo parecido nos pasa a nosotros cuando rumiamos improductivamente nuestras preocupaciones: que acabamos creando conexiones en nuestra mente de las que luego es difícil librarse.
Desde los tiempos de Hebb sabemos que aquellas neuronas que, como consecuencia de una conducta, se disparan en secuencia, refuerzan las conexiones entre ellas, y por tanto cuanto más se repite la conducta más fácil es que esa reacción en cadena se dispare de nuevo. En otras palabras, cuanto más repetimos un pensamiento más fácil es también que aflore a la conciencia. Pasa un poco como las bromas que forman parte de la vida de los grupos: al principio es necesaria toda una frase para desencadenar la risa, luego solo una palabra, y al final solo una mueca o un gesto dispara la carcajada.
Así, de igual manera que aquellos pobres dibujos animados no podían salir del surco que habían creado a base de caminar en círculo, tampoco nosotros vemos fácil cómo librarnos de un pensamiento negativo que hemos masticado durante horas o días.
Y lo peor, quizá, es que todos esos pensamientos repetitivos la mayoría de las veces no conducen a ninguna conclusión clara y, peor aún, además han revivido emociones negativas todas y cada una de las veces que se han disparado: un desastre.
El bucle de las preocupaciones es infinito, es mejor no entrar en él.