Desde hace tiempo sabemos que cuando el ser humano recuerda un episodio de su vida el funcionamiento del cerebro sigue un patrón bastante similar a cuando esa persona vivió realmente la situación. Por raro que parezca, da la sensación de que nuestras neuronas no parecen distinguir demasiado entre una vivencia y su recuerdo. Y uno de los aspectos más interesantes de este hecho tiene que ver con nuestra capacidad de autogestión emocional, en concreto con esas emociones que son como muertos vivientes.
La hipótesis es que como los pensamientos producen emociones, cuando recordamos una situación desagradable, al ser el recuerdo de lo sucedido ciertamente similar a su registro, lo que ocurre es que la emoción que se produce es básicamente la misma. Así por ejemplo, si hemos tenido una agria discusión en el trabajo y la recordamos al día siguiente, la emoción que experimentaremos será esencialmente similar. Y ese es el gran problema de recordar los sucesos negativos: que evocan emociones también negativas, y por tanto la persona se condena a revivir una y otra vez una serie de sentimientos desagradables que minan su bienestar, su serenidad y por supuesto su productividad.
Evidentemente algunas veces rememorar lo sucedido nos vale para valorarlo, para pensar cuáles fueron las causas y los efectos y tomar decisiones de cara al futuro. Pero muchas veces ese recuerdo es simplemente una rumiación obsesiva sin sentido en la que, como si fueran muertos vivientes, las emociones negativas despiertan de nuevo una y otra vez para perseguirnos y aterrorizarnos.
Deberíamos intentar olvidar las cosas malas que nos pasan: así de simple.