Si bien es cierto que cambiar cuesta, también lo es lo que se puede conseguir a base de perseverancia. Durante muchísimos años nos hemos creído hipótesis nunca del todo demostradas sobre el ser humano: una de ellas es que lo que somos es más o menos fijo, que dependemos de nuestros genes y que podemos aprender, pero siempre dentro de unos límites bastante establecidos.
Que el cerebro se altera significativamente como resultado de la experiencia puede sonar extraño, y sin embargo la investigación así lo corrobora. Una de los estudios recientes sobre este tema, que se hizo con taxistas londinenses, demostró que su hipocampo tenía una forma diferente, precisamente debido a la necesidad de almacenar la representación espacial de la ciudad. Sabemos también que los músicos profesionales que se dedican a la cuerda, por ejemplo los violinistas, tienen mayor tejido cerebral dedicado a la sensibilidad de los dedos de la mano que pulsa las cuerdas (este tejido se extrae del que se utiliza en la sensibilidad de la palma de la mano, por eso esta parte del cuerpo es menos sensible en estos músicos que en el resto de las personas).
Puede resultar extraño, y sin embargo lo más importante es lo que significa: significa que el cerebro es plástico y que se altera como resultado de la experiencia. Esta fabulosa capacidad significa que el ser humano tiene la capacidad de alterar la forma en la que se conecta con la realidad.
Todo es cuestión de perseverancia y de tener claro lo que uno quiere.