El número de mensajes que recibimos al día es apabullante. Según un estudio, unos diez mil. En forma de anuncios en la televisión, vallas publicitarias, marcas adheridas a los objetos, correos electrónicos, mensajes de texto, y un sinfín de tipos más.
Por desgracia para nosotros es muy probable que el cerebro humano esté preparado para captar las alteraciones del entorno por si pueden suponer algún peligro. Así que en muchas ocasiones no nos queda otro remedio que atender a las señales que luchan por entrar en nuestra conciencia.
En ese contexto ya de por sí complejo, el uso que frecuentemente hacemos de la tecnología no ayuda precisamente a que nos podamos concentrar. Constantemente los diversos dispositivos que tenemos a nuestro alrededor nos informan de mensajes entrantes, tareas pendientes o llamadas importantes. Y así es muy difícil concentrarse.
Comienzan a aparecer estudios y voces críticas contra la multitarea crónica, que es eso que, desafortunadamente, practicamos ya casi todos: estamos escribiendo un documento y de repente pasamos al cliente de correo, leemos el mensaje que ha aparecido, nos ponemos a contestarlo, cogemos el teléfono porque ha sonado un aviso que nos hace recordar que necesitamos una información, abrimos el navegador para buscarla, y así sucesivamente hasta que, cuando volvemos al documento que estábamos redactando, no recordamos ni por dónde íbamos.
Centrémonos de una vez: nuestra eficiencia lo agradecerá.