Con el tiempo hemos ido creando un mundo en el cual huimos del aburrimiento como si fuera un virus. Nos duchamos con la radio encendida, desayunamos consultando la tablet, conducimos escuchando las noticias, trabajamos mientras seguimos en paralelo nuestra vida personal con el smartphone, y salimos a correr al ritmo de nuestra playlist favorita. Ni siquiera la televisión, que es en sí un artilugio destinado a generar entretenimiento, está a salvo de nuestra infidelidad respecto a otros dispositivos, que nos ayudan a superar los espacios de publicidad o los programas más aburridos.
No deja de ser sorprendente esta nueva necesidad del cerebro humano de estar constantemente estimulado. Parece que no podemos ceder al hastío ni un solo minuto de nuestras vidas. Incluso la más mínima cola en el hipermercado o la más breve detención del tráfico son buen momento para una mirada furtiva a nuestro smartphone.
Hace tiempo que sabemos que el ser humano muestra una extraordinaria motivación por aquellas actividades que controla o percibe que controla, y de ahí que, de todos los entretenimientos posibles, busquemos sobre todo el que es interactivo. Lo que es interesante plantearse es qué pasa con las tareas que no son divertidas pero son necesarias, o incluso imprescindibles.
La productividad no siempre es entretenida.