Es ciertamente misterioso que nuestros planes de cambio personal fracasen tantas veces. Nos proponemos las cosas una y otra vez, y con demasiada frecuencia vemos como nuestros deseos de cambiar se estrellan contra el muro invisible que forma la terrible inercia de nuestro comportamiento habitual. Y aunque sabemos bastante sobre la forma en la que está hecho el cerebro como para ser precavidos, y comprendemos que el cambio no ocurrirá de modo fácil o automático, aun así a veces las cosas no funcionan.
En muchas ocasiones es, simple y llanamente, porque no sabemos cómo formular lo que queremos. Es el caso de las extendidas y fallidas tácticas “mepongo”. Por ejemplo, la consabida “mañana mismo-mepongo” y sus derivados: mañana mismo me pongo a redactar el informe, mañana mismo me pongo a hacer ejercicio, mañana mismo me pongo a estudiar inglés, etc. Estos propósitos no funcionan por el mero hecho de que son indeterminados. Y los hay peores, claro. Por ejemplo, “a-ver-si-mepongo” es claramente peor, porque el primero al menos señala un objetivo temporal, mientras que este último ni siquiera eso.
La investigación sobre el cambio personal señala claramente que para que un plan tenga éxito hay que especificar el cómo, el dónde y el cuándo de lo que uno quiere conseguir. Por ejemplo: “mañana, en cuanto encienda el ordenador en la oficina, lo primero que haré será abrir un documento para redactar el índice del informe”. O bien: “el sábado en casa, después de desayunar, llamaré a la academia de inglés para matricularme”. Esto es lo que se llama una intención de implementación, que es, simplemente, una llave en forma de plan concreto que nos permite abrir el camino hacia el cumplimiento de nuestros deseos.
Cómo, cuándo, y dónde: la llave de nuestros sueños.