Hacer cosas a menudo es una de las claves de nuestra identidad. Se atribuye a Aristóteles la idea de que lo que nos define es lo que hacemos regularmente. Esta forma de ver las cosas resulta interesante a la hora de considerar cómo somos en realidad.
Por citar un ejemplo, siendo la lectura y el deporte dos de las actividades que cualquier persona claramente recomendaría, en nuestro país encontramos que casi el 40% de la población no lee libros y casi el 60% no hace deporte. Sin embargo, el número de horas de televisión por persona y día supera ampliamente las cuatro horas. Es decir, nos pasamos una cuarta parte de nuestra vida activa frente al televisor a costa de renunciar a hábitos claramente más saludables. Pese a que la mayoría de nosotros nos identificamos con la cultura y el deporte, e insistimos en que el motivo por el cual no cultivamos ambas es que no tenemos tiempo, nuestros hábitos revelan otra identidad bien diferente.
Por eso, y aunque de tan evidente parezca un pensamiento estéril, es una gran verdad que si buscamos un cambio personal para ser diferentes, tendremos que empezar por hacer cosas diferentes. O, mejor dicho, hacer cosas diferentes nos convertirá en personas diferentes.
Para ser hay que hacer.