Uno de los ejemplos más soberbios de la capacidad humana para imaginar cosas y hacerlas realidad es la planificación estratégica de procesos. Cuando las empresas definen su identidad y su misión y fijan sus objetivos estratégicos, han de trasladar luego esos principios al resto de la organización, para que los equipos de trabajo puedan hacerlos realidad. No todas las empresas lo consiguen, pero en las que lo logran es realmente un prodigio ver cómo las acciones de cada departamento, e incluso de cada persona, contribuyen claramente al objetivo global.
A nivel individual, ya sea personal o profesional, resulta también un prodigio ser capaces de alinear las pequeñas acciones de cada día con el plan general que queremos seguir en nuestro desarrollo. Sea cual sea la visión que mantenemos sobre nuestro futuro, nuestra carrera o nuestra marca personal, el reto consiste en capilarizar esa idea en cada una de las cosas que vamos haciendo. De la misma manera que en las empresas todos los procesos tienen que estar alineados con la estrategia, a nivel individual las acciones del día a día deberían contribuir coherentemente con lo que al final pretendemos.
El desarrollo personal es una cuestión de visión, alineamiento y conciencia constante.