Una cosa es anticipar lo que previsiblemente ocurrirá, y otra muy diferente es hacer que ocurra lo que queremos. La mayoría de nosotros vivimos en un mundo lleno de objetivos: objetivos de ventas, hitos de proyecto, resultados esperados, y toda suerte de formulaciones que nos proyectan hacia el futuro. Pero con escasa frecuencia pensamos en los pequeños objetivos de cada una de las cosas que hacemos a diario: una conversación, una reunión, un rato de trabajo, un correo electrónico y, en general, todas nuestras tareas, deberían tener un objetivo, una finalidad concreta. Y es bueno planteárnoslo antes de acometerlas.
Hay quien inicia una reunión con el objetivo de llegar a un acuerdo sobre un proyecto y lo que en realidad logra es incomodar a su interlocutor, de la misma manera que hay quien pretendiendo motivar a un colaborador al final logra estresarlo. Preguntarnos qué es lo que perseguimos con cada una de las cosas que hacemos, y buscar ese objetivo y no otro, puede parecer trivial, y sin embargo a menudo las cosas no salen como esperábamos.
Tener claros nuestros objetivos en las pequeñas cosas: imprescindible.