Un hecho a menudo olvidado sobre la motivación es que se produce en dos versiones. Desgraciadamente la que más atenciones capta es la motivación externa, que es la que la persona recibe desde fuera. Los padres intentan por todos los medios llamar la atención de sus bebés con inflexiones de voz y gestos exagerados, y poco más tarde en el colegio se pintan las cosas de vivos colores para que parezcan más atractivas a los niños. En la universidad se intenta motivar al estudiante a fuerza de incentivar su trabajo con créditos, y una economía parecida es la que rige nuestro desempeño laboral, que siempre transcurre entre una serie a veces compleja de alicientes, muchos de los cuales no son necesariamente de tipo monetario.
Y así es que entre los padres, los gestores de la educación y los directivos, siempre existe la necesidad de motivar a las personas que están a su cargo. Y todos esos intentos, aún siendo legítimos, acaban en ocasiones por debilitar e incluso anular el otro tipo de motivación, el que nace del interior de la persona. Y, aún más, terminan por desarrollar en algunas las personas la tácita pero firme creencia que son los demás quienes tienen que animarles, quienes tienen que moverles, motivarles. Pero ningún ser humano puede llegar tan lejos como cuando el motor que lo impulsa está integrado en su anatomía y permanece conectado a su biografía y a su conciencia.
Encontrar la motivación en uno mismo es la llave de la auténtica independencia.