Cuando constantemente estamos viendo ejemplos de productos o servicios que se parecen alarmantemente unos a otros es difícil proteger y alimentar la originalidad. Por todas partes se oye hablar de creatividad e innovación y sin embargo vemos una y otra vez como alrededor de los buenos guiones, por poner un ejemplo, surge con frecuencia un ecosistema completo de reverberaciones que evidencian que las buenas ideas son escasas. Estamos más acostumbrados que nunca a segundas partes, trilogías y sus derivados, remakes, secuelas, precuelas y todo tipo de productos satelitales.
Otro ejemplo notable es el mundo de la moda, que constantemente visita y revisita tendencias pasadas, haciendo que estéticas que un día fueron el resultado de procesos creativos sociales y culturales a veces contundentes hoy queden reducidas a poco más que una etiqueta. Ha habido movimientos estéticos cuya reformulación ha durado más que los diez años que duró la década a la que pertenecieron.
No es imposible que estos ejemplos y otros al final acaben creando la conciencia de que copiar es algo que simplemente forma parte de la vida. Hoy día las universidades y las escuelas de negocios sufren alarmadas la aparente indolencia con la que los estudiantes fríen y refríen la información, hasta el punto en que la copia se ha convertido casi en un commodity, un ladrillo más de los que utilizan en su edificio formativo.
Nada funcionará si no apoyamos unánimemente el valor de la creatividad.