La inspiración es un momento sublime, una vivencia emocionante en la que determinadas ideas y emociones que operan más allá de los límites de la conciencia se alinean para construir un sentido de orden superior. Uno que engrana de manera significativa con la biografía previa de la persona, con su identidad y con lo que busca o espera de la vida. Sin embargo, pese a su complejo origen, el motivo por el cual funciona es tan sencillo de entender como aparentemente difícil de llevar a cabo.
Precisamente por su origen no-consciente, la inspiración tiende a visitarnos cuando menos lo esperamos: en la ducha, en el tren de camino al trabajo, o mientras nos ejercitamos corriendo una madrugada cualquiera. Y tan pronto como aparece, vuelve a sumergirse entre los pliegues de la conciencia para no volver a reaparecer nunca más. Decía Tchaikovski que, si el estado de inspiración se prolongara, ningún artista podría sobrevivir a él. En sus palabras, si eso ocurriera “las cuerdas se romperían y el instrumento se haría añicos”.
Y ambos hechos, su ocurrencia en lugares a veces inoportunos y su carácter efímero, hacen difícil capturar las ideas que nos transmite. Por ese motivo, y por simple que parezca, la mejor manera, a veces la única, de aprovechar los enormes beneficios que la inspiración nos brinda es ser capaces de capturar esos breves momentos de genialidad que todos tenemos, para no olvidarlos. A lo largo de la historia han sido innumerables los artistas, científicos y por supuesto profesionales de éxito que han ido siempre acompañados de una libreta en la que anotar sus ideas. Hoy día, que tantos dispositivos electrónicos tenemos, es aún más sencillo capturar nuestras ideas inspiradas en cualquiera de ellos.
El problema es que, por motivos desconocidos, muchas veces creemos que esa idea que nos ha visitado de manera fugaz volverá en otro momento, cuando tengamos el bolígrafo en la mano o el ordenador encendido. Pero eso nunca ocurre, porque la inspiración opera más allá de los límites de la conciencia y, por tanto, para que una buena idea regrese tendrían que alinearse de nuevo los pensamientos que le dieron origen. Y, a su vez, para producir ese alineamiento tendríamos que poder actuar fuera de nuestra conciencia. Y eso es, por definición, imposible.
Y de ahí esta certera reflexión, escrita en uno de los estudios más relevantes de todos los tiempos sobre este singular fenómeno: “Cuando tengas una idea que merezca la pena escribir, escríbela. Cuando tengas un reto que merezca la pena perseguir, persíguelo, antes de que su luz se apague.”*
*Thrash, Moldovan, Oleynick&Maruskin, 2014