Política
Análisis: Las dudas socialistas en un debate que fue espectáculo
El debate que hoy han mantenido los tres candidatos a la secretaría general del PSOE ha dado de sí lo que podía dar, que no es mucho, ya que se ha convertido en espectáculo lo que debió ser un debate de ideas celebrado en la intimidad de un Congreso. La absurda concesión populista a "un militante, un voto" -¿acaso no es así cuando se eligen delegados para un congreso?- ha deparado esta blanca y "amigable charla", con alguna puya que otra, que ha iluminado poco a los propios socialistas y casi nada a la opinión pública que seguía la liturgia con explicable curiosidad.
El debate en cuestión ha acreditado sobre todo lo que ya se sabía: que Madina y Sánchez son promesas valiosas, con escasa experiencia y con voluntad de agradar, y que ambos han entendido que los resultados del 25M -subida de la izquierda y bajada del PSOE- sugieren la necesidad de una izquierdización del mensaje y obligan a una crítica de la etapa anterior protagonizada por Zapatero. Ambos vectores han sido amigablemente compartidos por los dos aspirantes con posibilidades, ya que Pérez Tapias tiene en este proceso apenas una presencia meramente testimonial. La autocrítica formulada ha sido acerba, a cargo de los tres, y ha alcanzado no sólo a cuestiones de fondo -como la reforma constitucional del art. 135 CE- sino también a hechos puntuales de la etapa de Zapatero: el indulto a Sáenz o el nombramiento de Fernández Ordóñez como gobernador del Banco de España.
No han faltado las propuestas de apertura del partido -Sánchez ha prometido "asamblea abierta" en que una vez al año la ejecutiva será sometida al escrutinio de la militancia- y los tres han ofrecido primarias abiertas en otoño para la elección del candidato a la presidencia del Gobierno (Pérez Tapias ha anunciado que no se presentará). Tampoco ha estado ausente el consenso -o casi- sobre la reforma constitucional que consagre un modelo territorial federal que, a su vez, resuelva el conflicto catalán (Sánchez es el menos partidario de una consulta).
En realidad, estos debates entre personas con poca biografía conocida resultan escasamente iluminadores. En el partido socialista francés, a las primarias que encumbraron a Hollande concurrieron personalidades con dilatado curriculum y con gran experiencia, antiguos secretarios generales del partido y exministros del gobierno. Aquí, en cambio, ha primado un tanto absurdamente la idea de la renovación generacional, que ha excluido a todos los políticos ya reconocibles y con algún retazo de historia a sus espaldas. Y el resultado es éste: de este proceso saldrá un secretario general a prueba, que habrá de trabajar para imponerse y afirmar su prestigio, interno primero, exterior después. El envite es arriesgado porque el PSOE, debilitado como nunca, no está para experimentos. Y porque cada vez es más fuerte la presión que empuja hacia procesos de convergencia a la italiana, surgidos de la sociedad civil y de los elementos más activos de la política, en pro de formaciones nuevas, capaces de aglutinar a todo un hemisferio y de arrastrar a las muchedumbres en otro tono y con un lenguaje distinto. Aquí, ninguno de los candidatos se parece ahora a Matteo Renzi.