Análisis : El PSOE, en el limbo
La abdicación del Rey, que se convirtió en el monotema desde que en la mañana del lunes Moncloa avisó de que el presidente del Gobierno se proponía anunciar un acontecimiento relevante, eclipsó por completo el proceso de renovación del PSOE, partido que aquella misma mañana tomaba importantes decisiones en el seno de su Ejecutiva.
En concreto, se fijaban las fechas del proceso -el 13 de julio, día del primer partido de España en el Mundial de Fútbol, votarán los militantes al secretario general, y el congreso se celebrará los días 26 y 27 de julio- y se establecía que los candidatos a dirigir el partido debían conseguir el aval del 5% de la militancia, es decir, de unos 10.000 afiliados de una militancia de unas 200.000 personas.
Significativamente, se eliminaba el tope máximo de avales, lo que brindaba a Susana Díaz la posibilidad de acapararlos, como ya hizo en Andalucía -logró en torno del 50%-, impidiendo a los demás candidatos conseguirlos y evitándose así las consumación material de la votación de las primarias.
De momento, no hay más candidato confirmado que José Antonio Pérez Tapias, decano de la Facultad de Filosofía de Granada y representante de la corriente Izquierda Socialista.
Susana Díaz guarda un silencio sepulcral, pese a que todo el mundo da por hecho que concurrirá, aunque -comentan sus próximos- con la intención de imponerse por aclamación, sin divisiones.
Chacón, por su parte, ha desistido de presentarse tras ver cómo hasta los más fieles antaño han terminado abandonándola después de su equivocada marcha a Miami. Pedro Sánchez y Eduardo Madina meditan a estas horas sus posibilidades, de las que dependerá que se presenten o no. En el último momento, Madina ha perdido el apoyo de Zapatero (que se ha inclinado por Díaz) y Sánchez se concentra en conseguir notoriedad para lograr relevancia interna y opciones de futuro.
Se puede entender la voluntad de Susana Díaz de conseguir un apoyo sólido, pero la no consumación de las primarias entre al menos dos candidatos asestaría un golpe de muerte a la idea misma de apertura del partido a la sociedad, por legítima que resultara la fórmula final de la renovación.
La sustitución de las primarias abiertas por la votación de la militancia al secretario general marcaba ya una limitación de las expectativas con relación a las promesas efectuadas. Y reducirlo todo a otro proceso endogámico, marcaría un mal comienzo de cualquier experiencia.
En cualquier caso, la experiencia demuestra que el recurso al voto para elegir liderazgos no produce necesariamente división interna.
La elección de Zapatero en el 2000, por estrechísimo margen y frente al candidato 'oficial', con otros dos contendientes en liza, no generó escisión alguna, ni dificultó la cohesión posterior, que depende de otros factores. Convendría, pues, que el PSOE, cuya debilidad empieza a ser cuestión de estado, no cometa nuevas equivocaciones.