El análisis: ¿Por qué el independentismo catalán?
La pregunta es lógica en medio del actual conflicto entre Cataluña y el Estado español: ¿por qué, después de treinta años de funcionamiento pacífico de la comunidad autónoma catalana en el seno del Estado español, se ha suscitado la potente corriente independentista que amenaza con romper el vínculo?
La respuesta ha de ser forzosamente compleja pero sin duda pivota en torno a una fecha relevante: 2003.
En efecto, el 16 de noviembre de aquel año se celebraron unas elecciones autonómicas que resultaron ser mucho más decisivas de lo esperado. El cambio resultaba inevitable puesto que quien había estado al frente de Cataluña desde 1980, Jordi Pujol, con 73 años cumplidos, ya no se presentaba a la reelección. Las elecciones fueron ganadas por su epígono Artur Mas en escaños aunque no en votos (CiU consiguió el 31,23% de los votos y 46 escaños; el PSC el 31,44% y 42 escaños), pero Pasqual Maragall se erigió en presidente de la Generalitat gracias a un pacto tripartito con ERC (16,59& de los votos y 23 escaños) y con ICV-EA (7,35% y 9 escaños). El Pacto del Tinell, que sustentó aquel acuerdo, excluía expresamente al PP y era ya revelador de una tensión rupturista.
Esquerra Republicana había dado un salto extraordinario -ganó once escaños-, gracias -se ha argumentado- al endurecimiento del PP en el gobierno durante la segunda legislatura de Aznar: la irritación suscitada por Madrid se encaminó hacia el voto antisistema a ERC. Lógicamente, la coalición CiU quedó profundamente frustrada por la pérdida del poder, y Artur Mas, al frente de las generaciones más jóvenes y mayoritariamente soberanistas del partido, radicalizó el mensaje.
El tripartito normalizó y dignificó la presencia pública de ERC, un partido asambleario que había recogido mucho voto antisistema, que a su vez condicionó a Maragall y lo impulsó hacia posiciones abiertamente nacionalistas. Por ejemplo, el régimen de sanciones a los comerciantes que no rotulaban correctamente en catalán sus negocios se mantuvo, ante el escándalo de muchos socialistas. La reconcentración nacionalista de aquel PSC produjo el nacimiento reactivo de 'Ciutadans'.
En aquel caldo de cultivo, se planteó la reforma del Estatuto de autonomía vigente desde 1979. La ponencia encargada de la primera redacción elaboró un texto surrealista, desmesurado, fuera de todo contexto constitucional. El proceso de modulación del nuevo estatuto fue largo y dificultoso, y está en las hemerotecas. Finalmente, fue preciso un encuentro entre Artur Mas -líder de la oposición- y Zapatero -presidente del Gobierno- para obtener un texto medianamente decoroso aunque desaforado todavía que fuese presentado al parlamento español. La aprobación por las Cortes de aquel proyecto de reforma estatutaria fue un grave error, ya que hasta los legos en derecho podían ver que no admitiría el contraste constitucional. En realidad, se pretendía reformar la Constitución mediante una reforma estatutaria, y así se llegó a insinuar. La aberración jurídica era patente.
Lo cierto es que el nuevo estatuto fue aprobado por la Cámara catalana, de donde pasó al Congreso de los Diputados y al Senado. Tras la aprobación del Parlamento español, fue ratificado en referéndum por los catalanes el 18 de junio de 2006. Como era previsible, se presentaron de inmediato varios recursos de inconstitucionalidad, entre ellos el del Partido Popular, que cuestionaba gran parte de la norma.
En junio de 2010, el TC dictaba sentencia, que podaba gran parte del Estatuto. La legalidad se había aplicado estrictamente aunque se había cometido el sinsentido político de desautorizar una norma que previamente había sido sometida a refrendo popular (el procedimiento era, es, descabellado).
La sentencia fue interpretada como un golpe de muerte a la autonomía catalana, y el nacionalismo esgrimió el argumento espurio pero difícilmente objetable de que, puesto que Cataluña no ere admitida en el marco constitucional, no le quedaba más remedio que optar por la autodeterminación. El argumento ha calado, como ha podido verse en las urnas y en la calle. Y el independentismo ha formado una gran bola de nieve que se ha retroalimentado en las manifestaciones callejeras. En las elecciones autonómicas de 2010, ganaba CiU con 62 escaños frente a los 29 de Montilla, los 18 del PPC y los 10 de ERC.
El 27 de septiembre de 2012 se aprobaba en el Parlament una moción exigiendo una consulta de autodeterminación, con el voto positivo de Pasqual Maragall. Y Mas convocaba nuevas elecciones, que se celebrarían el 25 de noviembre. Chasqueado, Mas perdía 12 escaños -CiU quedaba en 50- y ERC, genuinamente independentista, daba el gran salto, al obtener 21, once más que un año antes.
Sentimiento independentista
La consistencia intelectual del independentismo es escasa. Las últimas encuestas reflejan un cierto retroceso. En concreto, la encuesta de 'El Periódico' publicada este pasado fin de semana confirma que el independentismo estaría experimentando una inflexión a la baja, y de hecho el sondeo ya registra que el 47,2% de los encuestados se siente independentista, frente a un 51% que no experimenta tal inclinación. Este dato revelador casa a la perfección con la fuerte caída de CiU, que bajaría de los 50 diputados actuales a 31-32 (recuérdese que cuando Mas anticipó las elecciones catalanas tenía 62), caída que no se compensa con la subida de ERC desde 21 a 36-38 escaños, de forma que la actual alianza de gobierno podría perder cuatro escaños y quedarse por debajo de la mayoría absoluta. Además, la encuesta aclara que si se rompiera CiU, el 25% de su electorado seguiría a Duran.
La bola de nieve podría, en fin, estar adelgazando pero todo indica que no remitirá a menos que se tomen decisiones positivas que ofrezcan una opción alternativa a los catalanes. Esta vez no cabe sentarse a esperar que se relaje la tensión: habrá que ofrecer a la gran mayoría moderada una salida. En forma federal o de cualquier otro pelaje.