El análisis | El Rey no abdica... El Príncipe, en un papel desairado
El internamiento del Monarca para una nueva intervención, que irá seguida de un largo proceso postoperatorio, permite dudar de la capacidad del Rey para cumplir sus compromisos. Poner al Príncipe en tareas subalternas mientras el Rey está largo tiempo postrado es un peligroso ejercicio que podría terminar devaluando la institución. Siga en directo el desarrollo de la intervención del Rey.
La enfermedad del Rey, que hoy será operado de la cadera, es en este caso particularmente intempestiva: las instituciones del país están viéndose afectadas por el problema catalán, que pone en cuestión la integridad territorial del Estado y que es objetivamente el más grave conflicto político que se suscita desde la Transición a la democracia, aquel proceso en que la Corona, que encabezó la mudanza, desempeñó un papel esencial. El rey, a los periodistas: "Mañana al taller, podéis venir de mecánicos"
La capacidad del Rey
Hasta el último achaque, el Rey, a sus 75 años, se encontraba volcado en sus ocupaciones oficiales, con clara voluntad de recuperar el aprecio de la opinión pública después de la tormenta suscitada por el 'caso Urdangarín' y ciertos deslices que pusieron en entredicho su propio prestigio personal. Pero el internamiento del Monarca para una nueva intervención, que irá seguida de un lago proceso postoperatorio, permite dudar de la capacidad del Rey para cumplir sus compromisos. No sólo los protocolarios, que tienen una importancia apenas relativa, sino también los oficiosos, que son los importantes y que se desprenden de las funciones de moderación y arbitraje que la Constitución le otorga.
Algunas voces, ciertamente aisladas, ya pidieron días pasados que el Rey tomara las riendas del diferendo catalán y aplicara sus buenos oficios a hallar una solución de consenso. De momento, parece claro que el problema requiere cauces políticos que orienten los diálogos necesarios para distender el ambiente y apuntar una solución. Pero no estaría de más que, en el flujo de relaciones políticas y sociales que enmarcan el referido problema, estuviera también la Corona ejerciendo legítimamente la seducción y la influencia que la han caracterizado durante todo el reinado. Porque hay que reconocerle a don Juan Carlos un exquisito olfato y un excelente don de oportunidad a la hora de capear temporales y orientar desarrollos públicos.
El difícil papel del Príncipe
Pues bien: no sólo el Rey, visiblemente cansado y con escasos reflejos, estará fuera de la circulación sino que el Príncipe de Asturias, pletórico y en el cenit de su proyección personal, apenas se dedicará a representar al Rey en asuntos informales que no requieran la oficialidad de la presencia regia. No se pone en marcha la institución de la regencia (art. 59 C.E) ni mucho menos se plantea la abdicación. El Príncipe de Asturias puede recoger la memoria anual del Fiscal General del Estado (ayer, en Zarzuela) pero no puede representar a la Corona en la próxima 'cumbre' iberoamericana. Ni se sabe si podrá o no representar a la Corona en los actos del 12 de octubre.
La abdicación sólo puede plantearse a iniciativa del propio Rey, que siempre ha dado a entender que no piensa retirarse. Sin embargo, la institución monárquica pierde una oportunidad al impedir que el Príncipe Felipe, que dio pruebas recientemente de su solvencia personal y profesional al intervenir en la defensa de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos, pueda desempeñar un papel en los tormentosos momentos actuales. No se trata, es obvio, de propugnar un inconveniente intervencionismo de la Corona, que sería inaceptable, sino apenas de permitir que hubiera constancia de que la jefatura del Estado está en su lugar, presta a cumplir sus excepcionales funciones constitucionales y a ejercer ese influjo discreto que corresponde a la monarquía. Poner al Príncipe en tareas subalternas mientras el Rey está largo tiempo postrado es un peligroso ejercicio que podría terminar devaluando la institución.