Política

Análisis: Rubalcaba y Chacón coinciden en su deseo de enterrar a Zapatero



    El futuro del PSOE está convirtiéndose en los medios en una simplificada y simplificadora disyuntiva entre las opciones representadas por Rubalcaba y Chacón, aquélla más continuista que ésta y ambas fuertemente implicadas en el período anterior, por lo que se credibilidad modernizadora es escasa.

    Las variantes de esta dicotomía son diversas según la tercera vía que se cite: los nombres de Emiliano García-Page, alcalde de Toledo, quien estaría al frente de un esotérico movimiento municipalista, y del joven Eduardo Madina circulan por diversos circuitos. Y, sin embargo, cada vez son más los socialistas distinguidos que quieren eludir esta personalización del problema que, desde luego, no ayuda a resolverlo.

    De cualquier modo, Rubalcaba ha confirmado su candidatura en un acto vinculado a la UGT -pobre argumento de modernidad- y Chacón no tardará en presentar la suya. Y es falsa la percepción de que estamos ante propuestas realmente distintas: las dos coinciden ya en que hay que superar la etapa Zapatero (con mayor o menor delicadeza) y que el futuro debe provenir más de una ruptura que de una evolución.

    Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente y personalidad relevante de la vieja guardia socialista, fue una de las firmantes del manifiesto Mucho PSOE por hacer, suscrito asimismo por Chacón y Caamaño, y que supuestamente postularía a la ex ministra de Defensa para la secretaría general del PSOE frente a Rubalcaba en el Congreso de febrero. Pues bien, entrevistada anoche en ABC Punto Radio por Isabel San Sebastián, Narbona mantuvo un discurso rompedor que suscita buenos presagios: parece que un sector socialista ha empezado a tomar conciencia no sólo de la magnitud de la derrota sufrida por su formación el 20-N sino también de la envergadura del abismo que el partido socialista había abierto entre su organización y la sociedad civil y de las contradicciones insolubles que existían entre un mensaje pretendidamente moralizante y unos comportamientos éticos poco escrupulosos.

    Lo más llamativo de la intervención de Narbona fue, además del reconocimiento claro de la pésima coyuntura de su partido, la prueba práctica del afán de rectificación que esta profesional de la política manifiesta: preguntada sobre el encausamiento del ex ministro y diputado José Blanco por un presunto caso de corrupción, no tuvo pelos en la lengua: "Yo dimitiría, porque creo que alguien que está imputado debe separarse de una función en la que hay que estar libre de toda sospecha". En otro orden de ideas, Narbona no descarta sino que apoya que se separe el cargo de secretario general del de candidato a la presidencia del Gobierno, conforme al modelo que utiliza con buenos resultados el PNV y que ahora adopta el Partido Socialista de Francia. Aunque la bicefalia fue explosiva en tiempos de Borrell y Almunia, puede funcionar si se plantea desde el principio la incompatibilidad entre ambas tareas.

    Si en el Congreso socialista de febrero cunde la idea de que de lo que ahora se trata es exclusivamente de que un nuevo equipo de dirección recomponga el partido, abra un profundo debate de ideas de la duración necesaria, coordine con la socialdemocracia europea una estrategia común ?como han hecho los partidos conservadores en el seno del Partido Popular Europeo-, recupere los lazos con toda la sociedad y muy especialmente con los circuitos intelectuales, etc., para plantearse en las futuras elecciones la designación de candidatos mediante primarias abiertas a toda la sociedad, se estará en el camino correcto. Pero si el congreso se reduce a una absurda disyuntiva entre Rubalcaba y Chacón por el control de la organización y de los despojos de poder territorial que todavía quedan en manos socialistas, el desastre estará servido.

    Urge, en fin, una profunda autocrítica (que no tiene por qué ser sanguinaria ni completamente pública) que identifique las causas del súbito abandono de cuatro millones y medio de antiguos electores. Y el trazado de unos códigos estrictos de conducta, de unos criterios de lealtad democrática, de unos programas económicos y políticos que devuelvan el alma perdida al centro izquierda. La coyuntura para llevar a cabo esta tarea es adecuada porque, se quiera reconocer o no en este momento, lo cierto es que los fallos del ultraliberalismo hegemónico han sido los causantes de la recesión. Ha de haber, por tanto, otros caminos al margen del pensamiento único para administrar la globalización sin afectar la espontaneidad de los mercados pero imponiendo reglas que impidan el abuso y el triunfo de la avaricia sobre la virtud.