Opinión

Por qué el G-7 ya no sirve para nada



    Aunque la comparecencia del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en la cumbre del Grupo de los Siete (G-7) en Quebec de este mes no fue particularmente bien recibida, creo que comparto su escepticismo hacia el grupo. Durante mucho tiempo he dudado de que la reunión anual de líderes de Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido sirva para algo útil.

    En 2001, cuando acuñé el acrónimo BRIC, predije que la creciente importancia económica de Brasil, Rusia, India y China requeriría finalmente un cambio significativo en la gobernanza económica mundial. Como mínimo, observé, los órganos de gobernanza mundial deberían incluir a China, si no a todos los BRIC.

    Al mismo tiempo, señalé que había pocas razones para que Francia, Alemania e Italia estuvieran representadas individualmente, dado que comparten una moneda, una política monetaria y un marco para la política fiscal (al menos en principio). Y me pregunté si Canadá y el Reino Unido deberían seguir siendo incluidas entre las economías más importantes del mundo.

    Ya han pasado 17 años, y el G-7 sigue sirviendo solo para mantener ocupados a los funcionarios de sus Estados miembros. Sí, todavía comprende las siete democracias occidentales con las economías más grandes. En este momento, la economía de Canadá no es mucho mayor que la de Australia, y la de Italia es solo ligeramente mayor que la de España.

    El G-7 es un artefacto de una era pasada. En la década de 1970, cuando el G-5 se amplió para incluir a Canadá e Italia, la nueva agrupación realmente dominó la economía mundial. Japón estaba en auge y muchos esperaban que alcanzara a Estados Unidos; Italia estaba creciendo y nadie pensaba en China.

    Pero este año, se prevé que China supere a toda la zona euro y a su ritmo actual de crecimiento, creará efectivamente una nueva economía del tamaño de Italia en menos de dos años. Además, el PIB de India ya es mayor que el de Italia, y Brasil, sumido en la crisis, no se queda atrás.

    En otras palabras, la única legitimidad global que el G-7 puede afirmar es que representa a unas pocas democracias importantes. Pero el 85 por ciento del aumento del PIB mundial (en dólares estadounidenses) desde 2010 ha provenido de los Estados Unidos y China, y casi el 50 por ciento solo de China. Otro 6 por ciento procede de India, mientras que el valor en dólares de las economías japonesa y de la UE ha disminuido.

    A la luz de estas realidades, el G-7 sería mucho más relevante si Canadá, Francia, Alemania e Italia fueran reemplazados por China, India y una sola delegación representando a la zona euro. Pero, por supuesto, ya existe un organismo que representa tanto a los actuales países del G-7 como a los BRIC: el G-20, que se formó en 1999. Desde su primera cumbre formal en 2008, el G-20 ha servido un claro propósito como foro para las principales economías del mundo. Para que un club más pequeño esté justificado debe tener la misma legitimidad que el G-20. Representar a las democracias que tenían las economías más grandes en la década de 1970 ya no es suficiente. Después de todo, India y Brasil también tienen democracias que funcionan, y pronto podrían llegar a ser más prósperas que Francia y el Reino Unido.

    Trump provocó indignación cuando la semana pasada exigió que el G-7 reincorporara a Rusia, que fue expulsado tras la anexión de Crimea por el presidente ruso, Vladimir Putin, en 2014. Pero vale la pena preguntarse cuáles son los desafíos globales que el actual G-7 es capaz de abordar, más allá de las estrechas cuestiones económicas.

    Desde el terrorismo hasta la proliferación nuclear y el cambio climático, apenas hay cuestiones que puedan resolverse sin la ayuda de países que no pertenecen al G-7. Y aunque los medios de comunicación occidentales describieron a Trump como la oveja negra de la cumbre, Italia también tiene ahora un Gobierno que favorece el acercamiento con Rusia.

    El reciente circo del G-7 ha aumentado la impresión de que los responsables políticos occidentales son incapaces de controlar algunas de las cuestiones más apremiantes del mundo. Sin duda, los mercados financieros mundiales mostraron poca preocupación por el desorden en Quebec el pasado fin de semana. Pero, entre otras cosas, esto puede reflejar simplemente el hecho de que el G-7 ya no importa.

    De cara al futuro, está claro que el G-20 ofrece un foro de gobernanza mundial mejor que el G-7 en su estado actual. Aunque un mayor número de participantes dificulta el logro de un consenso viable, también es mucho más representativo. Y lo que es más importante, el G-20 incluye a los países que serán indispensables para resolver los problemas mundiales ahora y en el futuro.

    Dicho esto, un grupo más pequeño y representativo de países todavía podría tener un papel que desempeñar en el futuro junto con el G-20. Pero solo si está bien concebido. Para ello, los principales grupos de reflexión del mundo deberían empezar a ofrecer ideas específicas sobre el futuro de la gobernanza mundial.