Editorial: ETA cambia de lenguaje
La banda terrorista ETA -con más de 800 asesinatos a sus espaldas y más de medio siglo sembrando dolor y miedo- anunciaba ayer el final de su actividad armada. Un hito histórico pero falto de perfección, pues ni se disuelve la organización, ni su entramado, ni entrega el arsenal.
Supone una victoria de la Democracia, pero es aún incompleta. El comunicado de ayer cambia el "alto el fuego permanente" previo por "cese definitivo". Vemos que la banda redefine su lenguaje, incluso el del reguero de sangre, pero para persistir en sus fines al calor de la reciente Conferencia de Paz de San Sebastián.
Sigue las líneas marcadas el pasado lunes en ese foro no para aparcar sus objetivos, sino para crear un clima propicio donde negociarlos con más viabilidad. Lógico si tenemos en cuenta que la siniestra organización está cercada por el estrangulamiento de su financiación, la más eficaz colaboración francoespañola y la cercanía del 20-N que presagia un Gobierno del PP inflexible con los terroristas.
Así, trata in extremis de echar un último capote al candidato Rubalcaba. Pero sigue en sus trece clamando una supuesta justicia, sin dedicar una sola palabras a las víctimas -sólo a sus presos y compañeros- ni arrepentirse, y cambia esta acción encapuchada por el requerimiento a los Gobiernos de Francia y España para que se avengan a negociar, como si fueran polos que hablan de igual a igual.
El anuncio de ayer representa un avance sustancial. Brinda un positivo horizonte de estabilidad para la sociedad y economía vascas y de esperanza para los demócratas, pero no sin abrir nuevos y difíciles frentes de ingeniería política a los partidos.