Opinión
Sálvese quien pueda
La crisis, lejos de corregirse, se extiende. La prima de riesgo vuelve a acercarse a los 270 puntos, la bolsa pierde el soporte de los 10.000, la economía americana entra en una fase de atonía y el Gobierno, en lugar de reaccionar con medidas que den confianza, pare una reforma de los convenios que crea más incertidumbre.
No me extraña que estemos hasta el gorro de los políticos. Sólo van a lo suyo: ganar las elecciones y colocarse bien. Ahí está el ejemplo de Alberto Lafuente, un socialista de pro a quien el ministro de Industria, Miguel Sebastián, coloca al frente de la Comisión Nacional de la Energía (CNE) sin consenso. La política socialista de usar el dedazo para designar los responsables de los organismos independientes deja a los populares sólo al frente del Tribunal de Cuentas.
Denunciábamos aquí la semana pasada el pacto entre el titular de Trabajo, Valeriano Gómez, y el secretario general de UGT, Cándido Méndez, sobre los convenios. El resultado está a la vista. El texto favorece a los dos sindicatos mayoritarios, que andan caninos debido a la alarmante caída de sus ingresos. El desempleo y el descontento con su política está diezmando sus afiliaciones y vaciando sus arcas.
El decreto antepone los convenios sectoriales sobre los de empresa para dar más fuerza a CCOO y UGT, a la par que obliga a la creación de comisiones paritarias en las pequeñas y medianas empresas para la resolución de conflictos. Es decir, sindicaliza las empresas en vez de flexibilizar las plantillas.
El Gobierno se burla de la patronal y de la buena disposición de su nuevo presidente, Joan Rosell. Desde Zapatero hasta el titular de Trabajo prometieron que tendrían en cuenta sus puntos de vista. Incluso le solicitaron que enviara un papel privado con sus opiniones y las de la patronal para redactar el proyecto. Todo fue una farsa a la vista del resultado.
Es una pena, porque los sindicatos, ya muy desprestigiados, cavan más sobre su tumba. La única explicación que se me ocurre es que el aún titular de Trabajo, Gómez, quiera ganarse un buen puesto al lado de Méndez, cuando en unos meses lo echen del Ministerio.
Rosell es un magnífico gestor, como demostró en la patronal catalana, y un hombre dialogante. Pero hasta ahora no se había enfrentado a los políticos de Madrid, quienes no dudan en utilizar el halago y la mentira para obtener el apoyo de lo que les interesa en cada momento.
El presidente de la patronal quizá pueda presumir de haber logrado que Zapatero y su tropa hayan mantenido en el reglamento sobre la contratación el despido con sólo 20 días de indemnización, como le pedía Merkel. El desastre económico está arrastrando a las empresas. Telefónica tuvo que suspender ayer la salida a bolsa de Atento tras encontrarse con un recorte de la valoración de en torno al 20 por ciento. Santander dejó sin colocar la mitad de una emisión de bonos. Lo peor es que el debut bursátil de entidades como Bankia o Banca Cívica se complica sólo por el riesgo de pertenecer a España, aunque ambas insistan en aparentar tranquilidad.
El líder de la oposición, Mariano Rajoy, está comenzando a ser consciente de que un empeoramiento de la situación pondrá muy difícil su trabajo cuando llegue al Gobierno. Esta semana, en un acto de responsabilidad, acalló las críticas de su secretaria general y futura presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, hacia la administración de José María Barreda. Los populares montaron el lío al detectar que los actuales gestores estaban utilizando lo poco que queda en la caja para pagar las facturas pendientes sólo de los contratistas amigos. El resto fue invitado a aguantar pacientemente hasta la llegada de la nueva administración autonómica.
Con todo, es necesario poner el problema en su justa dimensión. Las cinco autonomías que pueden cambiar de signo político (Castilla-La Mancha, Aragón, Asturias, Cantabria y Baleares) sólo representan el 12,5 por ciento del PIB y ostentan el 13,2 por ciento de la deuda autonómica, 15.300 millones de euros, la mitad que Cataluña. Es mejor no disparar contra uno mismo, porque podemos acabar locos y al grito de ¡sálvese quien pueda!