Opinión

Las posibles consecuencias de la muerte de Bin Laden



    THE WASHINGTON POST (EEUU)


     Hay muchas razones para celebrar la muerte de Bin Laden. Era el fundador y símbolo de Al-Qaeda, pero no su mando operativo. El principal artífice de los atentados del 11-S ha recibido justicia. El mundo ha sido testigo de una muestra de fortaleza por parte de las fuerzas militares y la Inteligencia de EEUU.

    El complejo de Bin Laden fue localizado tras años de doloroso espionaje. La incursión final en helicóptero de los Navy Seal parece que fue llevada a la práctica con maestría, sin bajas estadounidenses, una hazaña que podría hacer olvidar ciertos recuerdos de la fallida misión de rescate en Irán en 1980.

    A Obama, quien supervisó de cerca los preparativos del ataque, se le reconoce por parte de ambos bandos en Washington el mérito de adelantarse; la operación brindó un momento de celebración común y alivio en una América dividida. Pero la importancia práctica de la incursión podría no alcanzar la de su resonancia moral y política. De hecho, la operación de Bin Laden podría agravar algunos de los problemas a los que se enfrenta Washington en el sur de Asia una década después del 11-S.

    Primero, no está claro en qué medida se verán afectadas las operaciones de Al-Qaeda por la desaparición de su líder. Si Bin Laden no estaba directamente involucrado en la planificación y la ejecución de las operaciones terroristas, podría tener el mismo valor para Al-Qaeda vivo o muerto. Como pueden dar fe los seguidores del Ché Guevara o de Trotsky, los militantes muertos aún saben inspirar, sobre todo si caen en manos de sus enemigos. Al-Qaeda sigue siendo una organización formidable con cientos de agentes en Pakistán y ramas operativas en Yemen, el norte de África y Europa.

    Podría ser más peligrosa próximamente, cuando probablemente trate de vengar la muerte de su fundador. El éxito del domingo también podría salir por la culata si hace que la Administración o el Congreso lleguen a la conclusión de que EEUU se puede permitir un rápido repliegue de Afganistán. Obama decidirá pronto la escala de las retiradas de efectivos proyectadas este verano; hay quien argumentará que el objetivo de la guerra de Afganistán, la derrota de Al-Qaeda, se ha logrado. Pero Al-Qaeda ya no es la única amenaza de la zona, ni siquiera la principal.

    Está el peligro directo de que los movimientos talibanes, que el lunes lloraban la muerte de Bin Laden, triunfen haciéndose con el control de Afganistán, Pakistán o los dos países. Por último, los datos que salen del complejo de Bin Laden revelan el complejo desafío que plantea Pakistán. Formidables instalaciones construidas en 2005, la mansión en el seno de un barrio militar, cerca de la versión pakistaní de West Point. Los expertos en el país afirman que es difícil saber si el ejército conocía el paradero; el asesor del contraterrorismo de la Casa Blanca, John Brennan, decía que "el emplazamiento plantea dudas".

    Las autoridades lugareñas han dado cobertura públicamente a la incursión de fuerzas extranjeras en el corazón de su país, de la que no tuvieron ningún conocimiento previo. Pero la posibilidad de la complicidad paquistaní con Bin Laden no puede descartarse ni ocultarse bajo la alfombra.