Opinión

Editorial: Gastar fuera con boina



    El gasto en el exterior de las autonomías apenas se ha reducido durante 2011. Si en 2010 alcanzó los 442 millones, este año sólo se rebaja hasta los 400 millones. Un escaso recorte que se ha ensañado con la ayuda internacional, pero que no ha tocado el número de embajadas.

    De hecho, la cifra se mantiene en 179. Tal despliegue casa mal con el hecho de que a la vez se apliquen recortes a la sanidad, educación o dependencia; o que algunas afirmen que no van a cumplir con el déficit que exige el Gobierno e incluso emitan bonos patrióticos; o que tengan que devolver en los próximos cinco años 25.000 millones al Estado porque recibieron de más.

    Estos gobiernos gastan, pero nunca tienen que hacer el esfuerzo de recaudar. Sin embargo, acaparan un 40% del gasto total y deben apechugar con recortes, en especial cuando un 30% de su presupuesto no supone gasto social y absorben recursos que corresponden a los municipios. Con motivo de las Olimpiadas, Pujol anunció en la prensa internacional que Barcelona estaba en Cataluña.

    Cuando le preguntaron para qué se gastó el dinero, Pujol dijo que servía a su proyecto. Ahora más que nunca esto debería justificarse. Las delegaciones en el exterior a veces cumplen con un labor de apoyo a las empresas, pero sólo si falla la administración central. Muchas veces recuerdan a Pujol: son instrumentos de promoción política y construcción nacional, al igual que las teles.

    Lo lógico sería crear un modelo de centros de negocio gestionados por el Estado que alberguen representaciones regionales. Evitaría duplicidades, despilfarros y distorsiones de la imagen de España.