Nicolás Redondo: La encrucijada de los partidos
Las vicisitudes de los partidos, su historia, su irrupción en el panorama político occidental es tan intensa como tardía. El costoso reconocimiento de la pluralidad como elemento enriquecedor de una sociedad abrió un nuevo periodo en la política -mejor dicho, de la forma de hacer política- que en nuestros días, debido a la impetuosa aparición de las nuevas tecnologías, se encuentra en una importante encrucijada, sin cuestionar la importancia constitucional de las formaciones políticas insustituibles a la hora de encauzar, de dar relieve público a las ideas, demandas, opiniones y anhelos de los ciudadanos que integran una sociedad libre y democrática .
Ya en 1903, en el congreso socialdemócrata de Bruselas, apareció una nueva patología de los partidos políticos. El delegado Mandelberg preguntó si el énfasis que habían puesto los socialistas extremos (los partidarios de Lenin) en otorgar al núcleo duro y revolucionario del partido una autoridad absoluta, sin límites, no sería radicalmente incompatible con las libertades fundamentales del ciudadano.
Fue contestado por Plejanov: "?no hay absolutamente ningún principio democrático al que debamos subordinar los objetivos de nuestro partido (gritos del público: ¿y la santidad de la persona?) ¡Sí, ése también! ?debemos considerar los principios democráticos sólo desde el punto de vista de nuestro partido, si ésta o aquella exigencia no nos conviene, no la permitiremos".
La subordinación de los derechos individuales al partido o a la revolución indiscutiblemente podemos considerarla como el primer eslabón de una cadena que llevó a la humanidad a una de las páginas más dramáticas de la Historia, comparable con el nazismo, que también impuso el partido único argamasado alrededor de la superioridad étnica.
Hoy, la humanidad, con todos los reparos que queramos poner, con todas las injusticias que queramos blandir, con las muchas desigualdades que nos angustian y las guerras con las más sofisticadas tecnologías o entre las tribus más atrasadas, camina en un sentido diametralmente opuesto; en los países democráticos, pocos en el concierto internacional, aunque cada día más, el individuo, el ciudadano, ocupa con toda sus proteicas contradicciones contundentemente el escenario público, fortalecido su protagonismo por el papel de los revolucionarios medios de conexión entre las personas que han provocado la desaparición del tiempo y el espacio.
Hoy, con un gran número de paradojas, el ciudadano puede influir sin intermediarios en la vida pública, en la política, en las instituciones? estas desconocidas posibilidades han provocado efectos muy diferentes en la comunidad que afectan tanto a la vida privada como a la escena pública de los individuos.
Predominio ciudadano
Los partidos se encuentran con una nueva e inquietante realidad. No tienen el monopolio de la intermediación social relevante y los ciudadanos encaran un futuro, ya presente, en el que aumenta, de una forma exponencial, su propia responsabilidad y reaccionan: unos refugiándose en peligrosos nacionalismos, en los que encuentran seguridad y la posibilidad de trasladar su responsabilidad individual al grupo; otros, en una capacidad infinita de consumir o en un Estado al que le exigen todo; y los más preparados y jóvenes, en la utilización de estos novísimos instrumentos de comunicación, de relación, de influencia.
Este predominio del ciudadano asegura, en los términos siempre relativos que la acción humana puede afirmar, la imposibilidad de volver a cometer las dramáticas atrocidades que se cometieron en el siglo XX. Las formaciones políticas se encuentran en una encrucijada trascendente al perder su papel monopolístico: o se abren, y no de una forma cosmética, a esta nueva realidad, difuminando sus fronteras orgánicas, sus lenguajes en clave, olvidando sus diferentes libros rojos, sus comportamientos de tribu, y de esta forma mantienen su papel de puente, de cauce, de instrumento; o se encierran en ellos mismos convirtiéndose en fines en sí mismos, generando hostilidad y apatía en la sociedad.
En España, la situación se complica todavía más. La Transición en nuestro país, basada en una gran desconfianza entre las dos Españas, otorgó un papel aún más trascendente a las formaciones políticas, buscando una especie de equilibrio de guerra fría en detrimento de las instituciones democráticas, debilitadas por la apuesta y su falta de rutinas o costumbres, que sólo las da el paso del tiempo, y por un nacionalismo periférico que trabaja por cambiarlas.
Situación inédita
En este frágil escenario, el partido en el Gobierno se encuentra con una situación totalmente nueva en España, por la que tampoco han transitado el resto de las formaciones políticas españolas. El presidente del Gobierno, también secretario general del PSOE, ha anunciado que no volverá a ser cabeza de cartel en las próximas elecciones generales y que su partido elegirá en los meses venideros a su sustituto mediante la celebración de unas primarias.
Tal vez ésta fuera su determinación cuando fue elegido por primera vez presidente del Gobierno, pero el mantenimiento de esta decisión por conveniencias partidarias en un ámbito particular, privado, y la reclamación anterior al anuncio por parte de los barones, unido a la clerecía socialista para que despejara incógnitas, permite pensar que la autonomía de su voluntad fue mínima, por no decir nula.
Toda la dinámica anterior y la provocada por el anuncio nos muestra una sociedad cerrada, unos dirigentes que han terminado considerando al partido como un fin en sí mismo: los barones han presionado al presidente para que anuncie su retirada por miedo a perder las elecciones autonómicas y municipales, amparándose en que su figura se encuentra, ciertamente, menoscabada, hablando en términos electorales, pero sin un asomo de una posición política sobre sus ocho años de gestión.
Él no dijo nada sobre sus intenciones para evitar el debate político entre sus sucesores y ahora nos aprestamos a celebrar unas elecciones internas donde los contrincantes no pueden establecer su posición ante las reformas para combatir la crisis económica, ante el acuerdo de Santillana sobre la España Plural -engendro que dio lugar al desbarajuste autonómico de la anterior legislatura-, ante el denominado proceso de paz -que tuvo la virtud de hacer añicos el pacto antiterrorista-, ante la Ley de Memoria Histórica o la política de alianzas.
Y no lo harán porque les condicionará la responsabilidad de seguir gobernando o la de ser protagonistas de la labor realizada. Estando así las cosas, los contrincantes desarrollarán su búsqueda de votos alegando que gozan de más o menos simpatía en la sociedad? Una vez más, nada de política y mucho de intereses partidarios. Poco de ideas, discursos y programas y mucho de frío cálculo, en definitiva, del poder por el hecho de ostentarlo.
Faltan ideas, sobran nombres
Vemos, de nuevo, al partido convertido en un fin en sí mismo. Y cuando en estas situaciones se pierde el poder, aglutinante silencioso de voluntades diferentes, la derrota está asegurada y el desastre es previsible. No es tiempo de nombres, sino de ideas. No es el tiempo de silencios ni de cálculos, sino de debate franco y transparente. No es el momento del partido, es el de la sociedad y muy concretamente el de los votantes de centro izquierda.
El socialismo español corre el riesgo de convertirse en una fuerza política con escasa influencia durante mucho tiempo si no sale al exterior. Ya existe una desconexión considerable en territorios dinámicos como la Comunidad de Valencia y la de Madrid.
Las alcaldías socialistas escasean en las grandes ciudades y puede ser menor el número de alcaldes después de los próximos comicios municipales; puede ser el prólogo de una larga andadura por el desierto, pudiendo ser peor si la batalla se plantea por ver quien gestiona los restos del post-zapaterismo.
Olvidemos el pintoresquismo de izquierdas, el esquematismo de la izquierda radical, el sectorialismo que esconde la falta de ideas globales, la casa del pueblo tradicional -mi abuelo hizo una labor heroica en la de Baracaldo hace más de medio siglo-, sustituida por las nuevas tecnologías, demos la espalda al lenguaje de cartón-piedra heredado de los tiempos en los que todo era más sencillo, aparquemos el casticismo ideológico, el barroquismo político?
Es hora de la crítica, del debate, de la aceptación de las complejas nuevas realidades, de dirigentes que hablen de lo que realmente les importa a los ciudadanos acuciados por mil incertidumbres. Me gustaría un líder que pudiera hablar diez minutos de lo que piensa sin hacer referencia al Partido Popular. Y sé que eso no es imposible.
Nicolás Redondo. Presidente Fundación para la Libertad.