Lorenzo Bernaldo de Quirós: De la gloria a la cárcel
En los últimos tiempos, dos libros de Mario Conde han tenido un éxito extraordinario de ventas: Memorias de un Preso y Los Días de Gloria. En buena medida, ambos memoriales intentan justificar la trayectoria del autor y, de una manera sutil unas veces y menos otras, culpar de su caída al Sistema, entendido por tal un conglomerado político-empresarial que gobernaría en su provecho y desde las sombras los destinos de España.
Ante su poder omnímodo, cualquier outsider que pusiese en cuestión el statu quo estaba condenado a muerte. En este contexto, el ex presidente de Banesto habría sido una emblemática y propiciatoria víctima de las fuerzas ocultas que mueven los hilos en la Vieja Hispania al margen de los procedimientos democráticos ortodoxos. Ahora, en medio de una crisis financiera, el mensaje subliminal a la opinión pública es claro: En las actuales circunstancias, Banesto no hubiese sido intervenido y Mario Conde no hubiese ido a la cárcel. Ambos argumentos son falaces.
Una intervención modélica
La intervención de Banesto por el Banco de España el 28 de febrero de 1993 se produjo tras la detección por parte del antiguo instituto emisor de un agujero patrimonial en Banesto de 3.636 millones de euros. En un solo año, esa entidad crediticia pasó de tener unos beneficios de 30.000 millones de las antiguas pesetas a registrar una pérdida de 6.000 millones entre septiembre y diciembre de 1993. El banco central intervino tras sus fallidos intentos de poner en marcha un plan de saneamiento para salvar Banesto a lo que se opuso el señor Conde. Desde un punto de vista financiero, la intervención fue de libro, modélica y respondía a la necesidad de evitar el riesgo sistémico derivado de la quiebra de la entidad, uno de los mayores bancos del país. A cualquiera le puede pasar eso... Una mala gestión es capaz de llevar a la bancarrota a un banco pero eso no es lo esencial del problema ni constituye per se un acto delictivo.
El 26 de marzo de 1994, los accionistas de Banesto decidieron en Junta General Extraordinaria presentar una acción de responsabilidad civil contra el señor Conde. El 15 de noviembre, la fiscalía se querelló contra él, ocho ex consejeros del banco y un ex director general. El 23 de diciembre, Mario Conde entró en prisión acusado de un delito de estafa y salió de la cárcel el 30 de enero de 1995, tras depositar una fianza de 2.000 millones de pesetas. El 31 de marzo, la Audiencia Nacional falló contra el señor Conde, le condenó a diez años y dos meses por delitos de estafa y apropiación indebida y le obligó a devolver 7.200 millones a Banesto.
El 29 de julio de 2002, el Tribunal Supremo aumentó la pena al banquero, que fue condenado a 20 años de prisión. En otras palabras, los problemas del ex presidente de Banesto fueron muy sencillos: la justicia española le castigó por quedarse con un dinero que no era suyo. Eso no tiene nada que ver con la intervención, sino con la comisión de delitos, curiosa víctima del Sistema, al cual perteneció, como gran banquero, hasta la intervención de Banesto y su posterior encarcelamiento...
Pudo ser Berlusconi pero se quedó el Ruiz Mateos
Antes de todo eso, en los días de gloria, y así lo reconoce en el libro de este título, el señor Conde utilizó fondos del banco para crear una red de protección e influencia que se quiso extender desde las más altas esferas hasta los medios de comunicación, pasando por su frustrado intento de entrar en la política. Esta posibilidad era real en la última y agónica fase del felipismo sacudido por una ola de corrupción y escándalos y con un Partido Popular en el que el liderazgo de Aznar no se había consolidado de manera definitiva. Si la España de los 90 hubiese sido Italia, es muy probable que el ex presidente de Banesto se hubiese convertido en nuestro Berlusconi. Para suerte del solar patrio, eso no sucedió y el señor Conde se quedó en un clon de Ruiz Mateos; eso sí, más sofisticado.
En este marco, la historia del ex presidente de Banesto es un ejemplo paradigmático del viejo adagio clásico: los dioses ciegan a los que quieren perder. El trinomio poder económico-ambición sin límites-espíritu de los elegidos resultó explosiva. Si el Sistema existía, no fue capaz de comprarlo a pesar de invertir ingentes recursos y considerables esfuerzos en esa encomiable tarea.
¿Por qué este desagradable recordatorio? Porque las jóvenes generaciones no conocen con precisión esta historia y quizá sean sensibles a los argumentos, en gran parte anti-sistema, del expresidente de Banesto, que se ha autoconvertido en una especie de conciencia moral de la vida económica y política del país. Sin duda, el señor Conde ha pagado su deuda con la justicia y tiene libertad para decir lo que quiera, faltaría más, pero con su biografía resulta poco pudorosa su pretensión de aparecer ante el público como un paladín de la regeneración de España. Si uno fuese mal pensado, podría creer que su creciente exhibición mediática y la reciente constitución de una fundación política constituyen las bases para reeditar sus sueños de poder de hace dos décadas. Tampoco esto es censurable. Si ese es su deseo, que se presente a las elecciones y compita en el mercado político.
En la vieja España, siempre han emergido personajes poujadistas que con un discurso antisistema lograron una fama y un poder efímeros. Quien arruinó el primer holding privado de Europa, Ruiz Mateos, logró dos eurodiputados en las elecciones de 1989 y Jesús Gil, Dios le tenga en su gloria, se convirtió con prácticas mafiosas en el califa de un pequeño imperio desde la Costa del Sol a Ceuta. Los dos fueron parte del Sistema hasta que sus irregularidades les llevaron a buscar la salvación en una imposible fuga hacia adelante. El sustrato de su discurso era de una simpleza extraordinaria: como a mí me ha ido mal -o mejor, me han pillado-, el Sistema no funciona y hay que destruirlo. Todos los políticos son iguales... Este tipo de mensajes que pretenden identificar el interés personal con el general se traducen en una deslegitimación de la política clásica y recurren a una descalificación expresa o tácita de la misma. Ésta fue siempre la génesis de los fascismos de entreguerras, de los populismos de todo signo y, en buena parte, de los movimientos extremistas que ahora resurgen en Europa. Las crisis sistémicas siempre abren oportunidades para los aventureros, sobre todo, si tienen recursos...
En la Mont Pelerin Society, institución fundada por Hayek en 1947 y aglutinante de intelectuales liberales de todo el mundo, había un misterioso personaje... Un chino. Siempre fue generoso en aportar fondos para defender las causas de la libertad pero, nunca, nadie le oyó decir una palabra durante años... Un día, Luis Reig, un español, miembro de esa organización, intrigado por ese perpetuo silencio, le preguntó las razones de su mutismo. La respuesta del interpelado fue meridiana: "He cometido tantos y tan costosos errores que me siento sin autoridad moral para decir nada..."
Lorenzo Bernaldo de Quirós, Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.