Juan Carlos Arce: Reforma laboral: camellos y caballos
Todo parece apuntar a que, muy pronto, los españoles tendremos que vivir y trabajar con un camello. Es muy significativa la frase -creo que británica- que dice que un camello es, en realidad, un caballo diseñado por una comisión de políticos. Algo de eso está empezando a verse en torno a la reforma laboral pendiente.
Primero se prometieron resultados para finales de marzo, luego para finales de abril y después para finales de mayo... Si no supiéramos la verdad podría parecer que el diálogo social era demasiado complejo o que no había prisa. Pero la realidad es que la reforma era y sigue siendo muy urgente y que los males de nuestro mercado de trabajo ya llevan años diagnosticados. En el tiempo que se ha dedicado a no avanzar, a aplazar el consenso, a darle vueltas a la ideología y a los beneficios, unos 150.000 trabajadores han perdido su empleo.
La importancia de modificar las relaciones laborales es enorme. Ninguna estrategia económica sirve si el mercado de trabajo no funciona. De la reforma depende la tasa de paro. Si el empleo no se recupera -aparte del aumento de la injusticia, de la exclusión y de la marginalidad-, la demanda seguirá cayendo en espiral acelerada, los ingresos fiscales y por cotizaciones sociales se contraerán, los costes de protección social en forma de subsidios de desempleo y otras prestaciones seguirán al alza, lastrando el déficit público y poniendo en cuestión la eficacia real de las medidas recientemente anunciadas por el presidente del Gobierno.
Reforma sin diálogo
Pero ahora lo que parece anunciarse es el final sin acuerdo de las conversaciones como consecuencia directa del rechazo sindical al plan de ajuste del gasto público preparado por el Gobierno. Si las recientes medidas de reducción del déficit comprometen seriamente el inaplazable pacto para la reforma laboral -que es otra cosa- habría que preguntarse qué estaba debatiéndose exactamente en la mesa de diálogo social.
Porque todos creíamos que patronal y sindicatos gastaban horas en algo distinto, en componer un modelo eficaz y estable para resolver los problemas del mercado laboral y no dibujando remedios para recuperar la normalidad de los mercados financieros o para la contención del déficit público. ¿Iban a arreglar el esquema de las relaciones de trabajo recurriendo al gasto del Estado? ¿O se trata más bien de romper la baraja, de una rabieta sindical? Si esto fuera así, los trabajadores podrían suponer que han sido tomados como rehenes para una confrontación con el Gobierno.
Es más coherente pensar que lo que ha pasado es que los sindicatos y los empresarios han estado entretenidos en sus cosas y no en las de todos, con el deliberado objetivo de no alcanzar un pacto.
Los agentes sociales buscan ahora, cada uno por motivos distintos, que sea el Gobierno el que finalmente tenga que imponer por la vía del decretazo-ley la urgente reforma laboral.
¿Cómo será la reforma?
Los empresarios tienen motivos -hoy más que nunca- para suponer que las medidas que el Ejecutivo adopte por sí mismo en la regulación del mercado de trabajo serán más profundas y radicales que las que ellos hubieran podido alcanzar con los sindicatos y más cercanas a sus tesis e intereses, mientras que los sindicatos piensan que si resultaba inevitable una reforma en la que el despido se abaratara, ellos no deberían firmarla.
Es mejor para los agentes sociales, empresarios y sindicatos, dejarle esa labor al Gobierno, que sea el Ejecutivo, sin pactos ni acuerdos, el único que se manche las manos con una reforma que no dejará contento a nadie y mucho menos a los trabajadores. Pero, si va a ser el Gobierno quien determine el calado, la dirección y el sentido de las reformas, entonces habrá que preparase para vivir con un camello.
Porque a nadie se le escapa que en el Gobierno no están las mejores cabezas. Las mejores cabezas no están nunca en un sólo lugar, afortunadamente. Y, desde luego, tampoco en el Ejecutivo, que todo lo que ha hecho ha sido sentarse a esperar.
Todos han esperado que fuera el otro quien le pusiera el cascabel al gato y salvarse de la crítica. El diálogo social entre sindicatos y empresarios no era en sí mismo una garantía de que las reformas fueran en la buena dirección. Pero si la reforma va a ser obra exclusiva del Gobierno, los españoles tendremos que vivir con un camello.
Juan Carlos Arce, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social. Universidad Autónoma de Madrid.