Opinión

La vida en los barrios chinos de París



    París ya posee dos barrios chinos, el tradicional, en el número 13, y otro, en el antiguo Belleville de los judíos y de los kabouls. También el barrio número 3, junto al barrio gay y judío, ha ido ampliando su población asiática, sobre todo china. La calle de Rivolí, una de las célebres arterias de la ciudad, se repleta de restaurantes baratuchos, y de tiendas que sólo venden ropa y zapatos de mala calidad, modelos copiados de las grandes marcas, y a precios bastante exorbitantes para el nivel del material y de la confección.

    Sin embargo, por lo visto, empresarios chinos, radicados en Francia, consiguen comprar los mejores sitios, e incluso hasta sus marcas entran en la Bolsa; otros apenas alcanzan a dormir envueltos en bolsas plásticas, en apartamentos alquilados a 140 euros el mes, donde se amontonan como sardinas en latas; en pequeños espacios, en el suelo, y en los HLM de los suburbios.

    A inicios de los noventa empezaron a llegar una cantidad enorme de chinos a París, llegaban de manera clandestina, es la razón por la que muchos de ellos aún viven sin documentación regularizada, son clandestinos, aunque tengan hijos escolarizados. Una madre puede verse citada en los tribunales con la advertencia de deportación, sin embargo, su pequeña hija es nacida en Francia. La madre deberá ir a corte, y defender su caso, aduciendo el derecho de suelo que le confiere el haber parido aquí. No siempre resultará evidente que conseguirá ganar.

    En busca de una nueva vida

    Es harto conocido que los chinos son perseverantes, trabajan duro, ganan dinero y ahorran; intentan llegar a unos niveles de vida que jamás hubieran soñado en su país de origen. Una vez que triunfan socialmente ?me refiero al triunfo económico, sobre todo-, fundan familia, se casan, y envían fotos a sus familiares en China para que vean, a través de las postales, cómo ellos pudieron llegar. La atracción es inevitable.

    Los triunfadores no se cuentan por miles. Algunos han tenido que dejar a sus familias detrás, y trabajan día y noche para mandarles dinero, mientras tanto imaginan cómo irán creciendo sus vástagos en la China del capitalismo salvaje, y del férreo comunismo.

    No se adaptan fácilmente, les cuesta aprender el idioma, o lo hablan con dificultad, pero se cuelan por el ojo de una aguja. Son sumamente conservadores con las tradiciones, y las respetan disciplinadamente.

    He conocido algunos escritores y artistas chinos que no pueden olvidar lo que vivieron en el comunismo, no extrañan nada, y a pesar de que poseen una memoria intacta sobre su milenaria cultura, y una cultura envidiable, prefieren aprender de la vida presente, antes que quedarse enganchados de la nostalgia y del recuerdo. Lo que no es compatible con los caracteres de los comerciantes, que mientras más comercios chinos, y bastante mediocres, abren, más cerca de China se creen encontrar.

    Los vecinos, enfurecidos

    Los vecinos de estos perímetros invadidos, que viven desde los años treinta, y que nacieron en esos prestigiosos barrios comienzan a temer, y a enfurecerse, a causa del ruido constante de los camiones de carga, de las carretillas, del tráfico parado, de la polución, y de los restaurantes tradicionales franceses que desaparecen, de las queserías, de los sitios que el turismo viene buscando cuando se supone que visita Francia, y no China.

    Eso es el mundo de hoy, me digo, es sumamente complejo; con la mundialización todos nos volveremos chinos, aboliremos las tradiciones, respetaremos las que nos impongan, porque no quedará más remedio. Es la ley del dinero. Pérdida total de la diversidad de la cultura.

    Al menos, no puedo quejarme, por mis venas corre sangre china. Pero, ¿qué hago con mis otras venas, y con mis otros litros de sangre? ¿Todavía el mestizaje será la salvación?