Ramón Fernández Durán (1947-2011) ha sido una de esas personas que basándose en la ciencia, el estudio, la reflexión, la lógica y la experiencia cotidiana ha encarnado como pocos el papel de profeta lúcido. Ingeniero de caminos, urbanista y fundador de Ecologistas en Acción, dedicó parte de su ingente tarea investigadora y militante a advertir sobre el cercano fin de la era del petróleo por el agotamiento de las reservas mundiales. Su más fundamentada y premonitoria advertencia se hizo en un libro publicado en 2007 con el título de El crepúsculo de la era trágica del petróleo. Las recientes advertencias que sobre la cercana prohibición de los automóviles diésel hacen varios gobiernos europeos (entre ellos el español), han planteado el problema del fin cercano de una civilización, la industrial, basada en el crecimiento sostenido indefinido y esquilmador de los recursos naturales. Pero esas advertencias han focalizado la atención en la contaminación (cosa que también es cierta) obviando el problema fundamental. Según el informe de la Agencia Internacional de la Energía publicado este año, las petroleras están desinvirtiendo en el sector ante la perspectiva del fin de época. Y si ello se llega a concretar, la capacidad de producción pasará de los 67 millones de barriles diarios a la de 34 millones. El colapso productivo será inminente. Este horizonte de futuro, más cercano cada día, supone millones de puestos de trabajo perdidos, desaparición de sectores productivos enteros, disminución de los transportes, resituar el consumo de alimentos en la producción propia o más cercana, austeridad en el consumo y una nueva concepción de la calidad de vida muy distante a la de hoy. Pero este panorama -inevitable- debe comenzar a ser explicado desde una óptica de alternativa humana a la locura de una civilización que ha destruido y consumido recursos que pertenecen a las futuras generaciones. Una alternativa que tenga a los Derechos Humanos (todos) como centro de la misma. Planificar, organizar, prever y priorizar desde la racionalidad, la equidad, la justicia y la solidaridad son las directrices necesarias para este fin de época. Lo contrario será la atomización social y la vuelta al estado salvaje. Y es aquí donde la función política puede dar el servicio que demanda la situación. Lo que en otras ocasiones he denominado discurso profético, refiriéndome a la necesaria valentía de plantear un discurso didáctico, ligado a la realidad y con nuevos valores y perspectivas, es la ocasión para rescatar a la Política del templo de los mercaderes. Esa labor de rescate, y también de desalojo, comienza por confrontar con la mística economicista del crecimiento sostenido como garante de una sociedad de pleno empleo, cuando no de la satisfacción de los deseos más sofisticados. Lo primero es contradicho por la realidad de cada día. Y lo segundo solamente está al alcance de una ínfima minoría.