Los carburantes llegaron a las puertas del Puente de Mayo en su precio más alto de los últimos cuatro años. Las subidas siguen, por lo que el litro de gasolina está en los 1,27 euros, mientras el gasóleo se encarama a los 1,18. En ambos casos no cabe buscar otro culpable que el encarecimiento del crudo, cuyo precio se halla en el entorno de los 75 dólares. En esta subida influyen factores coyunturales, como las amenazas diplomáticas que Donald Trump dirigió en abril a un productor de tanto peso como Irán. A ello se sumó, en ese mes, una reducción imprevista en las reservas de crudo de EEUU. Pero sería un error creer que el alza del petróleo es un fenómeno pasajero. Un año después, el acuerdo de la OPEP y Rusia para ralentizar su bombeo da frutos. Es más, todo apunta a que Arabia Saudí abogará por mantener las limitaciones en la reunión del cártel petrolero de junio. Por ello, es incluso probable que el precio del crudo fluctúe entre 80 y 100 dólares (frente a los 65 dólares que prevén los Presupuestos de 2018). Se trata de una cuantía lo suficientemente alta como para que impacte en la economía española, no solo en el precio de las gasolineras, sino en una amplia variedad de sectores, desde el comercio electrónico hasta el transporte aéreo. Pero, además, debe tenerse en cuenta que los efectos del alza del crudo se potencian por coincidir con la depreciación del euro, ya que retrocede un 3 por ciento respecto al dólar desde marzo. Pese a las constantes revisiones al alza de las expectativas del PIB español, conviene vigilar los efectos adversos de un euro débil y un petróleo al alza sobre la demanda interna y la balanza comercial. Máxime en un momento en el que, como el BCE ya advirtió, la economía europea muestra cierta moderación en su avance.