E ra algo que se intuía: el Banco Popular no podía caer por el efecto de contagio que hubiera tenido sobre la banca española y, por ende, sobre nuestra economía. El sistema financiero español lleva años bajo una mirada poco amable de Bruselas. Nada que ver con su actitud con la banca italiana, o con la banca regional alemana. Recuérdese de la primera, por ejemplo, la situación de Unicredit, la Banca Popolare o el Montei dei Paschi. Esto demuestra cómo el poder político sobrevuela por encima de los reguladores económicos europeos y, muy singularmente, sobre los propios del sector financiero. Ahí sigue España, cuarto accionista con el 8,84 por ciento del capital, esperando tener presencia en el consejo del BCE. No merece la pena comentar la situación económica de Italia, de todos conocida. Ni hacer comparaciones entre este país y otros países europeos, incluido el nuestro. A Italia le basta con estar en el G-7 y tener una posición privilegiada en los altos niveles de decisión en Europa para que sus problemas financieros no estén bajo la presión de nadie. Es lo que tiene poseer medios de comunicación influyentes, o empresas públicas internacionales en sectores estratégicos como la energía, para que las miradas vayan a otros. Una situación a la que no fue ajeno el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. O también, como sucede ahora, el intento de opa de la italiana Atlantia sobre Abertis. Empresa que, entre otras importantes infraestructuras, como es la principal red de torres de telecomunicaciones en España, tiene el control sobre Hispasat, que opera, a su vez, satélites militares españoles de evidente carácter estratégico. Mientras, las puertas italianas siguen cerradas a operaciones corporativas españolas. El caso del Popular era previsible. No podía dejarse caer a una entidad financiera de referencia. Y en España sólo quedaban dos opciones plausibles. Al final se ha llevado a cabo la más idónea. El Banco Santander siempre ha estado y, seguramente, estará, en la solución de los problemas financieros que afectan al país. Baste, como ejemplo, recordar a Banesto en 1994. Por otro lado, es, sin duda, la mejor solución. Para España, y también para el Santander, que demuestra además su patriotismo, si se nos permite utilizar una expresión nada correcta políticamente. El Banco Santander, no hay que decirlo, es un gran banco, y como tal ha actuado. Poco importa si el detonante viniera de Bruselas, o si ha nacido del Gobierno español. El Santander ha sobrevolado por encima de ambos, demostrando que en la economía global o se es global o se cae en la marginalidad. Se trata de una entidad financiera líder en el mundo y, como tal, ha actuado. Una decisión a la que los españoles deberían estar agradecidos, ya que la caída sin red del Popular habría tenido efectos muy negativos sobre nuestro crecimiento económico, a lo que se hubiera sumado la huida de muchos capitales que hoy arriban a España. ¿Cómo se ha llegado a esta situación con el Popular? La verdad es que no se podía haber hecho peor. Ni el cambio de presidente, ni la marginación de los ejecutivos que ahí quedaban, ni la poca operatividad del nuevo Consejo, han dado ningún resultado positivo. Quizás los consejeros han estado dedicados a otros temas lejos del día a día. O quizás les ha faltado la experiencia para tomar decisiones rápidas cuando se veía que todo iba cuesta abajo. Han sido meses en los que los impositores se han ido desvinculando en masa del banco, sin que se haya tomado ninguna decisión efectiva de cambio de rumbo. Máxime cuando el Banco Popular no es un banco de inversión, sino todo lo contrario. Se trata de un banco comercial muy pegado a la pequeña y mediana empresa y a negocios unifamiliares como, por ejemplo, las farmacias. Otro tema fueron las decisiones tomadas en el pasado para entrar en el ladrillo cuando no era el momento. Un banco, además, que nunca había dado cobertura a la especulación inmobiliaria. Mucha responsabilidad tuvieron los consejeros o los accionistas que entonces dejaron hacer. Algunos de ellos añorarán hoy los tiempos en que Luis Valls y Rafael Termes dirigían la entidad. Ambos hacían "banca pegada al terreno". Se dirá que los tiempos actuales nada tienen que ver con aquellos. A lo que se puede responder que las familias siguen necesitando hipotecas y pequeños préstamos, y que los pequeños comercios precisan financiación para seguir adelante. Eso sí, es cierto que la tecnología está para facilitar las cosas, pero España sigue siendo un país de pymes, y las pymes siguen necesitando una banca comercial que les ayude. Ahí reside la economía real de nuestro país. Y ahí era donde estuvo el Popular. Esto lo ha entendido bien un banco como el Santander que, además de ser un importante banco comercial, es un enorme banco de inversión. Seguro que saben aprovechar las sinergias que les aporte el Popular, incluida su presencia en Cataluña.