E n 1945 Ugo Betti (1892-1953) juez y dramaturgo italiano, estrenó su obra Corrupción en el Palacio de Justicia. Una obra que puso en entredicho los pilares de la sociedad, la política y la judicatura italianas. Su arranque recuerda a la España de hoy. Un empresario corrupto aparece asesinado en la sede de la Justicia. A partir de ahí y a través de los personajes van apareciendo una serie de consideraciones, reflexiones y opiniones que ayudan a conocer el funcionamiento de las instituciones judiciales y la relación, a veces espuria, entre ellas y la política, las finanzas y la empresa. Resalto tres de las ideas que los personajes explicitan. La primera hace referencia al uso del poder, tanto en las instituciones jurídicas como en las políticas. El poder ilegítimamente usado no sólo socava los fundamentos del Estado de Derecho, sino que además destruye la confianza que la sociedad deposita en esas instituciones. El corolario es evidente: sin confianza no hay consenso y sin consenso desaparece la legitimidad, incluso la de origen. La segunda idea que resalto es la de que la Justicia es, muchas veces, burlada por los propios jueces. Y no solamente por los jueces, añado desde la experiencia de estos días, sino por fiscales, miembros cualificados de las instituciones que de manera delictiva filtran informaciones y avisos a los presuntos delincuentes cuando no usan torticeramente de sus facultades para retener procesos, desviar acciones judiciales o ralentizar procesos que exigen por la índole de los delitos cometidos contra el erario público, prontitud, eficacia y ejemplaridad. La tercera es descorazonadora, porque subraya que el mayor delito de los jueces es parecerse a los ciudadanos. En ese sentido y desde la constatación cotidiana, no es correcto normalizar en las instituciones lo que en la calle es normal. Jueces, políticos y servidores públicos en general, se deben a la Justicia y a la Ley, aunque ello signifique ciertos problemas con valores y hábitos sociales atávicos.