C uando en mayo acaben las elecciones municipales y autonómicas, si se cumple lo que anuncian las encuestas, habrá plenos municipales y Parlamentos autonómicos muy divididos. Ya habrá un ensayo en marzo, con las elecciones andaluzas. En muchos sitios, ningún sondeo anuncia mayorías absolutas, ni siquiera suficientes, para hacer Gobiernos monocolores. En consecuencia se necesitarán coaliciones post-electorales. De esos juegos de poder aprenderemos que la dispersión de voto distorsiona la democracia. Veremos casos en los que los partidos más votados serán preteridos por componendas entre los minoritarios. También habrá partidos cuyos votantes jamás los hubieran elegido si hubieran sabido con quién se alían. Otra consecuencia será el aumento del número de concejalías ejecutivas o consejeros autonómicos para dar poder todos los componentes de cada pacto; aumentará el gasto de esas Administraciones y, lo peor, su ineficacia; crecerá el número de cargos designados por los partidos. Y, aunque parezca imposible, la falta de control aumentará la posibilidad de corrupción. Un panorama desalentador. Si la predicción es tan sencilla, ¿por qué no ahorrarnos el aprendizaje y votar opciones mayoritarias? Porque como ya se sabe que el hombre es el único ser vivo que tropieza dos veces en la misma piedra y una parte de los partidos grandes han decepcionado a su electorado. Electorado al que sólo le haría falta volver al pasado y recordar las experiencias tripartitas y los descalabros de los grandes partidos después de ellas. El PSC sigue sin recuperarse por haberse dejado abducir por ERC en el Gobierno catalán, igual que su homólogo gallego con el BNG. Es el mismo PSOE que rechazó una ley electoral municipal que favorecía la mayorías, sistema que le hubiese ahorrado estos disgustos, tantos como al PP, que la retiró teniendo mayoría absoluta para aprobarla ¿Necesitamos sufrir estas consecuencias por cabezonería o pereza?