E n la mitología griega, arpía (que vuela y saquea) era un ser con apariencia de hermosa mujer alada, cuyo cometido fue hacer cumplir el castigo de Zeus a Fineo, robándole continuamente la comida. Las arpías fueron transformadas en seres maléficos, con cuerpo de ave de rapiña, horroroso rostro de mujer, orejas de oso y afiladas garras, que llevaban consigo tempestades, pestes e infortunio. Y se añadieron detalles: ya no robaban la comida, la ensuciaban con sus excrementos, corrompiéndola. En principio, eran dos, Aelo y Ocípete, y los romanos sumaron a Celene, la más malvada. Tres arpías que bien podrían ser trasladadas a tiempos presentes, a nuestra realidad socioeconómica, con nombres bien concretos: Corrupción, crisis e insolidaridad, que, como en el mito, han ido corrompiendo todo lo que tocan con sus excrementos. Una corrupción que hace aflorar el auge de populistas, que se erigen en salvadores de una sociedad harta de desayunarse con sapos, que extiende su mancha a todos los estamentos y que ha obligado al Rey a pedir cortarla sin contemplaciones para evitar que "eche raíces". Una crisis que se ha alargado tanto que el ciudadano aún no percibe una mejora real en la calle y en los hogares, en un país con millones de parados, muchos de larga duración, y con jóvenes que no encuentran empleo alguno, que ya han perdido toda esperanza. Volviendo a las palabras de Felipe VI, "debemos proteger especialmente a las personas más desfavorecidas y vulnerables". E insolidaridad. Entre comunidades autónomas, algunas más preocupadas en derivas secesionistas que en pagar sus deudas, entre pueblos y entre gentes, con los que sufren y no tienen nada. Acabamos un año en el que hemos visto sin inmutarnos cómo se ha aumentado el nivel de pobreza... familias que no pueden comer. Y no deben ser voluntarios o las abnegadas ONG los que garanticen las necesidades mínimas. Debemos ser todos, y entonces sí podremos dirigirnos a los demás para desearles un feliz 2015.