Mario Draghi pasó ayer de las palabras a los hechos. Una vez más no defraudó y anunció una inyección de 564.500 millones, cuya principal virtud puede ser su contribución a evitar la deflación y a que el euro pierda fuelle frente al dólar para favorecer las exportaciones. Objetivo más difícil es que consiga un crecimiento más sólido. El BCE aprobó una bajada de tipos al 0,15 por ciento y la penalización con una tasa del 0,10 por ciento a los fondos que depositan las entidades en Francfort. Draghi anunció también que va a eliminar la esterilización de la compra de deuda. Esta medida inyectará 164.500 millones. Hasta ahora cada vez que el BCE adquiría deuda periférica depositaba en el mercado la misma cuantía y evitaba un incremento de la inflación. Ahora, se trata de lo contrario y de lograr que los precios suban hasta el 2 por ciento. Draghi ha sido muy cauto con las inyecciones de dinero para evitar una trampa de liquidez (falta de efectivo) para cuando volvieran a subir los tipos en el futuro, lo que sería un grave problema para la actividad económica. Pero esa situación va a tardar tiempo en producirse en la eurozona, a pesar de que Reino Unido y pronto EEUU estén ya en esa senda. Draghi tenía ayer otro mensaje fundamental: decir a los bancos que no ahorren y presten dinero a las empresas. Para ello, el BCE dará préstamos a las entidades por 400.000 millones, condicionados a dar crédito al sector privado, pero que no les penaliza si no lo hacen. Sólo tienen que devolver el préstamo antes. La ayuda a la economía real queda de nuevo en segundo plano y parece que se trata de mejorar la situación de la banca para que las entidades de la eurozona puedan pasar sin problemas los test de estrés de otoño.