Un acuerdo alcanzado por el G-8 en Gleneagles (Escocia) hace un año abría las puertas a una inversión masiva en África, amparando una iniciativa para algunos comparable a un nuevo Plan Marshall. Las principales potencias mundiales condonaron entonces 45.000 millones de deuda a 18 países del África Occidental siempre que el dinero se transformara en inversión. Además, para complementarlo, se destinó una partida que podía llegar a 42.000 millones anuales hasta 2010. Las empresas estadounidenses se aprestan ahora a no dejar pasar esa posibilidad.No es que haya nada de malo en ello, pero poco hay de magnánimo en el desembarco que las compañías norteamericanas preparan para el próximo lustro. La Administración Bush se apresuró a ratificar la African Growth and Opportunity Act, su Plan África particular, inquieto ante la clara toma de posición que China ya ha hecho en el continente africano, ávida de acceder a materias primas que devoran su demanda y ritmo de crecimiento. África es un continente con mucho por explorar y bolsas de petróleo más estables que las situadas en el polvorín de Oriente Medio. Y Washington lo sabe.También es consciente de la excelente plataforma logística que sería Canarias, que proporciona estabilidad política, fiscal y, en suma, socioeconómica. Las Islas deberían aprovechar esa oportunidad, que es también un reto, para aumentar su riqueza. Y no sólo por las obvias necesidades de mano de obra, sino por la calidad de ésta. Si las universidades canarias pueden proporcionarles trabajadores de alta cualificación, las empresas de EEUU no los traerán de fuera. Además, permitiría diversificar los ingresos de esa autonomía, ahora demasiado vinculados a un modelo turístico de sol y playa que tiene los días contados.